domingo, 5 de agosto de 2018

Un destino y medio

En la película El bibliotecario 3 la chica le dice al muchacho (siempre llamábamos así al personaje central de la película, que, por supuesto, siempre era un hombre, no había que cuestionarlo, aparte que, «la muchacha»  no tenía ese matiz de héroe, sino un tono más cotidiano, y si a eso le añadimos que los amigos con los que íbamos al cine -con los que a veces nos colábamos en el cine aprovechando una distracción del portero que recogía las entradas por otra puerta- le llamaban «el fulano», pues menos posibilidades tenía una mujer de ser la heroína de una película) que no puede escapar de su destino. Más genéricamente, que nadie puede escapar de su destino. Porque si se desvía de él será un pobre desgraciado.
Uno piensa en su vida y a veces le resulta difícil distinguir si es que esto que llama su vida es su destino o es el resultado de haber eludido su destino. No es que me considere un pobre diablo, no (no siempre), y más si me comparo con la gran mayoría de la humanidad, con respecto a la cual tengo una situación verdaderamente privilegiada,  pero tampoco es que crea que llevo una vida con un significado muy preciso, que es, supongo, el sentido que le damos a la palabra destino o a lo de tener un destino, es decir un objetivo. Volviendo a los dos libros con los que me ando últimamente, El libro negro de Orhan Pamuk y La materia oscura de Phillip Pullman(ya he llegado a El catalejo lacado, el último de la trilogía) si tengo que situarme dentro del aura de alguno de los personaje, estoy más cerca de el perdido Gallip, que no sabe muy bien por qué se ha marchado Rüya, aunque su búsqueda de identidad cada vez se lo deja más claro, que de Will (lo hemos conocido en el segundo libro, La daga) o Lyra, que prácticamente desde el nacimiento están marcados y empujados, de mala manera, diría yo, por él. Ellos, aparententemente, se han tomado el asunto muy en serio y, pese a todo el miedo que pasan, que el autor no deja de reseñar, toman siempre las decisiones adecuadas aun estando en contra de sus propios intereses.
 Si eso que se muestra en los libros es tener un destino, es perfectamente comprensible que la mayoría de los que estamos aquí debajo, en el mundo real, hayamos eludido el nuestro. Un destino tiene que ser muy insistente para que uno se de cuenta, después de haber huido un par o cien de veces presa del pánico, de que por fin ha llegado el momento de atravesar la cascada del miedo y descubrir de una vez si al otro lado hay una gruta o te vas a estampar contra la implacable piedra.
No, la vida no es así. Al menos a la que yo me he asomado. No hay destino, ni objetivo, ni nada de nada. Siempre podría ser que esté hablando mi miedo y mi instinto de protección y de autocomplacencia, pero yo aún no he encontrado ninguna fisura que me diga con claridad que esto podría haber sido otra cosa y que solo me ha faltado un gesto de valor para pasar al otro lado. Todo lo más, sí, podría haber cambiado de vida un par de veces, tomando las decisiones erróneas en algunos momentos, y estoy seguro de que ahora estaría también aquí -tal vez en algún otro aquí, pero con muy pocas diferencias de este aquí - lamentándome o celebrando -que nunca se sabe muy bién a qué lado me inclino en estos textos, aunque si analizamos el impulso que me lleva a escribirlos creo que resulta claro - esta vida miserable y cochina tantas veces (parafraseando a J.A.Goytisolo), aunque otras no tanto, no tanto, y menos en vacaciones.
Pero ¿qué es el destino?, continúo preguntándome. Yo tengo particular admiración por la gente segura de sí misma, por la gente que sabe lo que quiere y actúa para conseguirlo, por la gente que expresa su opinión con contundencia, y cuando se equivocan no se arredran ni un punto, hasta por la misma gente que llama gilipollas a los demás por la calle tengo una cierta admiración, aunque sean unos completos gilipollas. Me asombra, porque yo soy incapaz de hacerlo con esa seguridad, la gente que se atribuye calificativos como: soy ingeniero, soy escritor, soy un hombre, soy un padre de familia estupendo. Yo, que podría decir de mí todas esas cosas, solo me atrevo a murmurarlas y hasta con dudas razonables acerca de su verdad completa. Pues bien, yo creo que el destino es esa seguridad que la gente muestra en las cosas de la vida, lo que las lleva a lograr sus metas o fracasar estrepitosamente, pero que hace que sus vidas parezcan en movimiento, aunque no fracasen con la alegría de Zorba el Griego, en la novela de Kazantzákis. El destino es la seguridad que pone uno en vivir y en hacer cosas sin plantearse perpetuamente si está bien o si está mal, si es bueno o es mejor. Simplemente el hacer confiando en lo que uno hace solo porque uno lo hace y le gusta hacerlo, eso es el destino y el mejor camino que uno puede llevar. Metas, logros, solo son medios para que el camino nunca se acabe, nunca se acabe la ilusión de vivir, por creer siempre que ahí más allá, al otro lado, está lo mejor.

(¡eh!, esta es la entrada 1111 de este blog)

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