jueves, 28 de junio de 2018

La peste de las manadas

Una vez, esos pensamientos míos signo de que por ahí dentro algo terrible bulle, escribí: a falta de virtudes me enorgullezco de mis defectos (no me refería a mí, claro, aunque también).

Lo cierto es que no entiendo qué mérito se atribuyen unos tipos que se enorgullecen de formar parte de una manada. Entiendo que uno se sienta arropado, protegido, por la manada, pero eso es un signo de debilidad individual. No es para estar orgulloso. Supongo que soy de la generación del Lobo Estepario de Hermann Hesse y que los de mi generación nos enorgullecíamos exactamente de lo contrario, de nuestro alejamiento de las manadas, de los rebaños; de nuestro andar solitario dependiendo solo de nosotros mismos. Los tiempos habrán cambiado.

Hay más cosas que no entiendo. En mis tiempos, los héroes, para nosotros, los machos,eran los donjuanes. Aquellos que tenían la rara habilidad de encantar a las mujeres, seducirlas y como consecuencia de todo esto disfrutar del sexo con ellas donde ambos gozaban, teóricamente. Es verdad, ellos se anotaban el mérito como una cuña en su arma y ellas quedaban muchas veces como un trapo, por haber sido utilizadas; pero había un trabajo de seducción, de conquista, un logro individual del que, con sus matices, estar orgullosos.

Pero ahora resulta que estas manadas tienen a orgullo follarse todos en grupo a una mujer semidrogada, si no drogada del todo. Donde el único trabajo de conquista consiste en pillarla despistada para meterle alguna sustancia en el vaso de donde beben. ¿Qué hay en todo eso de qué enorgullecerse? ¿Donde está el mérito en cualquiera de esas fases del proceso? ¿Cuál es el logro? Ni siquiera el sexual: se follan a un cuerpo inerme cuya respuesta es la misma que la de un saco de papas. ¿En qué consiste el goce?. Tratan a un ser humano de condiciones físicas notablemente inferiores a las de cualquiera del grupo ofensor como un objeto, ni siquiera hay posibilidad de resistencia. Insisto,  ¿de qué se envanecen?

Y por último la exhibición. Todo esto parece tener un único objetivo. Filmarlo con la cámara del móvil y mostrarlo. Presuntamente orgulloso: “mira lo que he hecho, ¿eh?, ¿qué te parece?” Y lo que ha hecho es algo que no requiere ninguna habilidad, que denigra a un ser humano, que no requiere ningún tipo de valor, de virtud, de actitud positiva...

Siempre que pasan cosas como esta me acuerdo del comienzo de La Peste, de A. Camus. Precisamente esa novela comienza contando –o así lo recuerdo yo– cómo las ratas empiezan a salir de las alcantarillas y mostrarse, sin pudor, sin vergüenza, a la luz del día por las calles.

Ellas lo hacen para morir, espero que esta peste también tenga el mismo significado, la muerte de estas ratas de alcantarilla y el principio de la peste que asolará  esos antiguos modos de comportamiento del ser humano, este pensamiento anticuado en lo que  a relación entre géneros, y sobre todo a comportamiento sexual – tan primitivo –, se refiere. 

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