martes, 27 de febrero de 2018

Mi relación con mi mente

La mente, para mí, es como un animal domesticado con el que convivo. Pongamos un perro. Si lo tienes bien disciplinado, lo llevas por donde quieres. Si lo tienes consentido hace lo que quiera contigo, te pasea él, no tú, te dice por dónde ir y se caga y se mea donde quiere o le coge la gana.
Es un esfuerzo constante el disciplinarla, y, aunque te puedes contentar cuando consigues unos mínimos aceptables de convivencia, siempre se siente uno más satisfecho de sí mismo cuando logra enseñarle, después de mucho esfuerzo, de mucho repetir y desesperarte, que atrape la pelota o que actúe  cuando le ordenas: ¡ataca!
Pero la mente también tiene sus caprichos y sus días de tozudez, o de cansancio o de irritabilidad.Y, como a tu perro, debes saber hasta dónde puedes o debes tirar de la correa, para no llegar a hacerle daño o que te haga daño él a ti.
A veces se te sale corriendo, porque no soporta la presencia de otro perro y va a morderle, o no resiste la tentación de olerle el culo a aquella preciosa perrita. A veces te mete en líos con la señora tiquismiquis del caniche, o se revuelca en la mierda y lo descubres después, en casa, cuando te vas a sentar en el sofá y huele raro.
Quiero decir que la mente, como tu perro, tiene su propia conciencia, y a veces no piensa lo mismo que tú sobre algún asunto, pero como tú mandas, si es que mandas, acata; si no mandas, pasa de ti. Y no es que tenga ideas propias, es un perro, vamos a ver; vive al día, a la satisfacción de sus impulsos; sus ideas de hoy no son las de mañana, apenas las de después, que ya empezarán a ser otras. Se contenta con comer y beber y dormir, y los paseítos que no falten, a ser posible, lejos, mucho tiempo, y por lugares nuevos con olores diferentes, aunque eso va en la naturaleza de cada uno y también en lo mal o bien que tú lo hayas acostumbrado.
 A mí me va bien la regularidad, la costumbre: salir a sus horas, comer a sus horas la comida medida. Pero hay días, no sé, que está como desagallao, se escapa no sé a hacer qué, está horas por ahí, y, aunque le busco, más preocupado por los coches o los mataperros que por lo que esté haciendo, a veces le atrapo y  a veces le dejo porque veo que está bien; y siempre vuelve porque en casa se está como en ninguna parte.

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