lunes, 4 de julio de 2016

Una reflexión al hilo de las cosas

Para muchos de nosotros, gente común, mientras viven nuestros padres, vivir es una navegación de cabotaje(*). Navegamos en la vida sin perder la costa, la referencia de los viejitos que sabemos siempre ahí para echarnos una mano, aunque sea simplemente para volver y sentarnos en la cocina a mirar cómo mamá friega los platos del medio día mientras nos tomamos un café, o junto al viejo que fuma y fuma con la televisión encendida y haciendo un crucigrama.
Aunque nos independicemos y volvamos a casa solo por navidad, para recordar el célebre anuncio, seguimos siendo «hijos de»; volver siempre emociona, siempre nos queda esa sensación de que por lejos que naveguemos nunca perdemos de vista la costa. A través de nuestros padres mantenemos un vínculo, no sé, tal vez con nuestros antepasados, con la certeza de proceder de alguien o tal vez de pertenecer a un grupo. Con la seguridad de no estar solos en el mundo.
Cuando mueren nuestros padres, sea a la edad que fuere que nos pille ese evento, notamos esa sensación de perder la costa, esa sensación de, ahora sí, estamos navegando solos. Y como mínimo nos asalta un escalofrío de temor, el miedo a no saber hacerlo si ellos no están pendientes. Tal vez se nos quite pronto esta sensación, debido a la madurez que hayamos alcanzado y a la independencia que hayamos logrado, tal vez nos sintamos aterrorizados a pesar de ello y experimentemos una sensación de vértigo y desolación.
Es normal. Cuando mueren nuestros padres, nosotros pasamos a ocupar ese lugar tan, no sé, simbólico, del final de una cadena. Nosotros somos ahora el último de una larga cadena que enlaza a generaciones que nos precedieron con nuestros hijos, si es que los tenemos. Ahora somos, verdaderamente, adultos, padres, personas independientes y solas frente al mundo, ahora sí, dependemos de nosotros mismos. ¿Sabremos hacerlo?


Saludos, amigo.

(*) Son curiosas las metáforas que le vienen a uno a la cabeza. En la vida he navegado más allá del ferry y saliendo poco a cubierta para no marear. No tengo ni idea de artes de marinería, aunque en un tiempo me encantasen los relatos de navegación.

1 comentario:

  1. Afortunada metáfora para explicar algunas de las inefables sensaciones que produce la experiencia de la pérdida de los progenitores.

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