Para muchos de
nosotros, gente común, mientras viven nuestros padres, vivir es una
navegación de cabotaje(*). Navegamos en la vida sin perder la costa, la
referencia de los viejitos que sabemos siempre ahí para echarnos una
mano, aunque sea simplemente para volver y sentarnos en la cocina a
mirar cómo mamá friega los platos del medio día mientras nos
tomamos un café, o junto al viejo que fuma y fuma con la televisión
encendida y haciendo un crucigrama.
Aunque nos
independicemos y volvamos a casa solo por navidad, para recordar el
célebre anuncio, seguimos siendo «hijos
de»; volver siempre emociona, siempre nos queda esa sensación
de que por lejos que naveguemos nunca perdemos de vista la costa. A
través de nuestros padres mantenemos un vínculo, no sé, tal vez
con nuestros antepasados, con la certeza de proceder de alguien o tal
vez de pertenecer a un grupo. Con la seguridad de no estar solos en
el mundo.
Cuando mueren
nuestros padres, sea a la edad que fuere que nos pille ese evento,
notamos esa sensación de perder la costa, esa sensación de, ahora
sí, estamos navegando solos. Y como mínimo nos asalta un escalofrío
de temor, el miedo a no saber hacerlo si ellos no están pendientes.
Tal vez se nos quite pronto esta sensación, debido a la madurez que
hayamos alcanzado y a la independencia que hayamos logrado, tal vez
nos sintamos aterrorizados a pesar de ello y experimentemos una
sensación de vértigo y desolación.
Es normal. Cuando
mueren nuestros padres, nosotros pasamos a ocupar ese lugar tan, no
sé, simbólico, del final de una cadena. Nosotros somos ahora el
último de una larga cadena que enlaza a generaciones que nos
precedieron con nuestros hijos, si es que los tenemos. Ahora somos,
verdaderamente, adultos, padres, personas independientes y solas
frente al mundo, ahora sí, dependemos de nosotros mismos. ¿Sabremos
hacerlo?
Saludos, amigo.
(*) Son curiosas las metáforas que le vienen a uno a la cabeza. En la vida he navegado más allá del ferry y saliendo poco a cubierta para no marear. No tengo ni idea de artes de marinería, aunque en un tiempo me encantasen los relatos de navegación.
Afortunada metáfora para explicar algunas de las inefables sensaciones que produce la experiencia de la pérdida de los progenitores.
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