jueves, 19 de junio de 2014

Las oportunidades perdidas


Yo tenía veinte o veintiún años y ninguna experiencia relevante con mujeres. Estaba en la universidad y en una de las asignaturas realizaba las prácticas con la tía más buena de la clase, la tía más buena de toda la universidad. M. También era la tía más inteligente que había conocido. Ella hacía las prácticas y yo resolvía el papeleo, es decir redactaba los informes. Con ella descubrí que algo raro me pasaba en clase. De cuantas cosas me explicaba ella, yo no recordaba haber escuchado absolutamente nada al respecto durante las clases. Nunca falté a ninguna. Al menos mi cuerpo no lo hizo. Aprobé aquella asignatura con nota sin tener ni idea de qué trataba. Tiempo después me interesé por ella, trataba de esos modelos matemáticos que se pueden aplicar a cualquier cosa desde el comportamiento de las inversiones en bolsa hasta la caída de una pelota de goma.
Un día, no sé por qué, me vi en su coche yendo a su casa. Hacía un día raro, unos de esos días en que las nubes no se deciden y están entre que si llover o dejarlo para mañana. Vivía en uno de esos edificios lujosos de la avenida marítima. Tal vez no fuera exactamente lujoso, pero yo procedo de Ciudad Alta y allí las construcciones son modestas y recogidas. El salón de su casa acogería mi casa al completo, que digo, solo su cama era del tamaño de mi baño. La esperé mientras se duchaba. Desde el salón imaginé cada uno de sus movimientos desprendiéndose de cada pieza de ropa, cada caricia de sus manos por su cuerpo, cada pompa de espuma de jabón sobre cada uno de sus poros. Cuando salió ya completamente arreglada, me encontraba agotado por la experiencia erótica que había vivido.
-De pronto me han entrado unas ganas tremendas de fumar.
-No sabía que fumaras. De todas manera no se fuma en casa -respondió distraída, rematando los últimos retoque
-Ha sido una experiencia maravillosa, te lo agradezco.
Se me quedó mirando con esa sonrisa de confusión con que solía mirarme tras una de mis extravagantes salidas.
-En serio. Es la primera vez que tengo tanta intimidad con una chica -su repentino rubor, me hizo comprender que, de pronto, se hacía cargo de lo que estaba pasando por mi mente en ese momento -No, no. No es que haya estado espiando. No me he atrevido. -no sé si esta aclaración la tranquilizó. Empezó a darse prisa en sus arreglos.

No sé por qué me llevó a su casa. Por qué me hizo asistir, a aquel espectáculo a distancia. Siempre me pregunté si esa no fue una de las oportunidades que perdí en la vida. Nunca comprendí a las mujeres. Y ellas me castigaron toda la vida por eso. A partir de ese día la vi algo más reservada conmigo. Ya no nos quedábamos a solas realizando las prácticas de aquella asignatura. Ella dejó de explicarme tan minuciosamente los oscuros secretos de aquellas fórmulas, me pasaba las hojas con los problemas resueltos y yo las trasladaba a limpio y redactaba impecables informes más dignos de un premio literario que de la despreciativa mirada que le esparcía por encima el profesor de la asignatura. Siempre me sentí culpable de aquella “traición”.  Años después ella me lo confirmó, me esperó en el baño. Temblando. Ansiosa.

Yo estaba en un bar de Vegueta, bastante bebido, todos estábamos bastante bebidos en aquella mesa, y algo melancólicos, con las cabezas hundidas en los hombros. De pronto un tropel de chicas jubilosas irrumpe en el local y nuestras cabezas, como florecillas recién regadas, después de un largo día de sequedad, se alzan y se giran hacia aquellos soles esbozando los pétalos de sus sonrisas abiertos y rutilantes. No quiero ni pensar qué patético espectáculo se oculta detrás de esta voluntariosa descripción, pero, aún así, ella me reconoció. Me levanté tambaleándome y la  besé en ambas mejillas, respondí como pude a sus preguntas protocolarias y traté de replicarle a mi vez con alguna otra. Ella insistió en que la acompañase a su mesa y me presentaría a sus amigas, a lo que mis compañeros de mesa no solo no se negaron sino que se adelantaron a mi respuesta, que ellos barruntaban negativa. Hablamos de todos aquellos años, y de nuestra fugaz colaboración – yo repetí curso, pero al año siguiente lo saqué incluso con nota en alguna asignatura que hoy no recuerdo ni su nombre. Entonces fue cuando, también ella estaba algo bebida, se acordó del episodio de su casa.
-¿Te acuerdas aquella vez que subiste a mi casa?
-Me acuerdo. Aquello acabó con nuestra amistad, me parece. Nunca me lo perdonaré.
-No fue para tanto, hombre. Aunque...
-Me sentí muy mal después, no creas. Prácticamente como si hubiera abusado de ti, al menos de tu confianza. Pero entiéndeme. Estabas..., eras..., bueno, que estabas muy rica, todos te deseábamos.
-Osea que te gustaba.
-¿Cómo no me vas a gustar? ¿Estás loca? ¿O es que ahora vas a ir de chica modesta que no sabía lo buena que estaba?
-Sí que lo sabía, pero tú parecías tan... inmune a mis encantos.
-¡Inmune!. Lo que pasa es que me aliviaba antes, para no sufrir temblores en tu presencia.
-No seas ordinario.
-Lo siento, es broma. Simplemente, no creía tener la más mínima oportunidad, así que me limitaba al goce de espectador.
-Así que por eso no entraste.
-¿Adónde?
-Al baño. Mientras me duchaba. Te esperé. Dejé la puerta completamente abierta. Dejé completamente abierta hasta la mampara para que no hubiera dudas.
-Si no hubieras querido que hubiera dudas me habrías llamado.
-Cosas de mujeres, ya sabes. Cuando me dijiste todo aquello, ¿te acuerdas?, pensé que hasta te habías masturbado.
-Bueno, lo pensé, pero no encontré servilletas. Hubiera sido la mejor paja de mi vida.
-Hubiera sido el mejor polvo de tu vida si hubieras entrado.
-Hubiera sido el primer polvo de mi vida si hubiera entrado.
-Sí, eso lo comprendí después. Creo que fue un error por mi parte no haberlo previsto. No sabes lo que te deseaba.
-¿A mí?
-A ti, idiota.
Tuve que ausentarme por un momento para ir al baño. El alcohol me pone muy melancólico. En el baño lloré por las oportunidades perdidas. Después me lavé la cara, cuando iba saliendo me di  cuenta de que también me estaba meando, así que tuve que volver a entrar.
Esta fue una de tantas confirmaciones de que ...
Bueno. Nunca me hice demasiadas ilusiones con respecto a mi juventud. Llegó un instante en que ya solo deseaba que pasara lo más rápidamente posible, como un dolor o una enfermedad. Perdida toda esperanza de sacar algún provecho de ella, solo quedaba pensar en el después. Que es el ahora y que, confirmo, sigue siendo igual. Solo que ahora me culpo a mí. ¿Dónde estuve mientras mi vida transcurría?, me pregunto a menudo. ¿Por qué no prestaba atención? Porque estaba distraído lamentándome de lo pobre y triste personajillo que era. Porque me había encasillado en un papel tragicómico que ya no pude sacudirme jamás. Solo ahora, ya en las puertas de la decrepitud, soy capaz de percibir como espectador amargo de mi vida, cuán fielmente seguí el papel que me impuse. Me aplaudo por mi profesionalidad. Plas, plas, plas.

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