Nuestro moderno sistema industrial requiere que la mayoría de las energías se encaucen hacia el trabajo. Si la gente trabajara tan sólo debido a las necesidades externas, surgirían muchos conflictos entre sus deseos y sus obligaciones y, por consiguiente, la eficiencia del trabajo se vería disminuida. Sin embargo, por medio de la adaptación dinámica del carácter frente a los requerimientos sociales, la energía humana, en lugar de originar conflictos, es estructurada en formas capaces de convertirla en incentivos de acción adecuados a las necesidades económicas. Así, el hombre moderno, en lugar de trabajar tan duramente debido a alguna obligación exterior, se siente arrastrado por aquella compulsión íntima hacia el trabajo, cuyo significado psicológico hemos intentado analizar. O bien, en vez de obedecer a autoridades manifiestas, se ha construido ciertos poderes internos -la conciencia y el deber- que logran fiscalizarlo con mayor eficiencia de la que en ningún momento llegarían a alcanzar aquellas unidades exteriores. En otras palabras, el carácter social internaliza las necesidades externas, enfocando de este modo la energía humana hacia las tareas requeridas por un sistema económico y social determinado. (Erich Fromm en El miedo a la libertad)
¡Mierda, pues algo me debe estar fallando a mí en mi mecanismo de adaptación dinámica del carácter!
¡Yo sabía! Yo sabía que había algo malo con el trabajo, estaba seguro.
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