miércoles, 12 de marzo de 2014

Indiferencia

El fracaso de la humanidad no son las guerras, los genocidios. El fracaso de la humanidad no es debido a la ineptitud o extrema pericia -quién duda que su propósito es enriquecerse y favorecer sus intereses o los de los que consideran “su grupo”-, de los políticos,  el servilismo hacia los que  presuntamente les pueden favorecer y el desprecio hacia aquellos de los que nada -nada de dinero- pueden obtener, el ansia pura, sin propósitos, de poder de los poderosos. El fracaso de la humanidad es algo tan simple como la inconsciencia de actos tan pequeños como tirar  una simple colilla al suelo, acelerar en los semáforos para no pillarlos en rojo -porque se pierden minutos-, dejar un retrete en mal estado en la confianza de que otro, detrás, ya recogerá lo que a nosotros nos da asco recoger, aún habiéndolo generado nosotros mismos. El fracaso de la humanidad es la inconsciencia. Que todos y cada uno de nosotros, los seis o siete mil millones de personas del mundo creamos, al unísono que nuestros ridículos actos cotidianos se pierden en el inmenso mar de barbaridad general de los otros. Todas y cada una de las gotas de agua que componen una ola que arremete contra el acantilado se auto excluyen de ese acto de violencia.

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