martes, 8 de octubre de 2013

El señor de la mesa de al lado

En lo que ella se levantaba y se duchaba, yo bajé a la cafetería de enfrente del hotel a tomarme un café. Pedí para ella un cortado para llevar y elegí unos dulces de los que tenían dispuestos sobre el mostrador para el desayuno. Cuando regresé a la habitación aún estaba a medio vestir. Se tomó el café, pero no le apetecía comer y se guardó los dulces para el tren. Aún había tiempo, pero yo empezaba a ponerme nervioso. Los viajes siempre me ponen nervioso, por el compromiso de estar a una hora determinada en un lugar preciso. Ella, más experimentada en viajes, se burlaba de mis prisas y yo, por no molestarla refrenaba mi impaciencia. Mi avión salía dos horas más tarde que su tren.
Recogimos las maletas y bajamos en ascensor. Nos abrazamos y nos besamos frente al espejo, como siempre. Mientras yo arreglaba los últimos trámites en la recepción, ella esperaba junto a las maletas en la puerta. Luego nos dirigimos andando hasta la boca del metro que estaba muy próxima.
Llegamos a la estación con casi una hora de adelanto. Nos acercamos a confirmar la salida del tren y luego nos dirigimos a la cafetería. Hablamos. Y toda la conversación fue una despedida. Pero en ningún momento nos dijimos adiós. En la mesa de al lado, un señor de barba y largo sobretodo anotaba en una libretita mientras fumaba interminablemente. Tenía la incómoda sensación de que nos espiaba.  Una mendiga africana se nos acercó y nos pidió dinero. Yo traté de ignorarla para que se fuera, pero ella buscó en su bolso, sacó los dulces que yo le había comprado por la mañana y se los ofreció. La mujer los rechazó. Siguió pidiendo dinero. Ante nuestra negativa hizo un gesto de desprecio y se dirigió al señor de la mesa vecina. Este se mantuvo inclinado sobre su libreta sin hacerle caso. Después de un rato nos levantamos y nos dirigimos en silencio hasta la entrada a los andenes. El hombre alzó la cabeza y nos miramos. Un último beso, ligero. Y desapareció por las escaleras. Me di la vuelta y el hombre estaba allí. Lo saludé con un gesto brusco de la cabeza. “Estag vivo paguece siemprge el prgecio de algo(*)”, dijo. Lo miré con recelo y me alejé.

(Dedicado a Juanjo de quien fue la idea original)




(*)cita de otro autor

2 comentarios:

  1. Gracias por la dedicatoria. Has dado pocas pistas y tengo miedo a equivocarme. Ya te comentaré en privado quien creo que sea el espía. Un abrazo.

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  2. Capítulo 56

    Yo estoy vivo -dijo Traveler mirándolo en los ojos-. Estar vivo parece siempre el precio de algo. Y vos no querés pagar nada. Nunca lo quisiste. Una especie de cátaro existencial, un puro. O César o nada, esa clase de tajos radicales. ¿Te creés que no te admiro a mi manera? ¿Te creés que no admiro que no te hayas suicidado? El verdadero doppelgänger sos vos, porque estás como descarnado, sos una voluntad en forma de veleta, ahí arriba. Quiero esto, quiero aquello, quiero el norte y el sur y todo al mismo tiempo, quiero a la Maga, quiero a Talita, y entonces el señor se va a visitar la morgue y le planta un beso a la mujer de su mejor amigo. Todo porque se le mezclan las realidades y los recuerdos de una manera sumamente no-euclidiana.

    Comentario: ¡Ni que hubiera escogido la cita a propósito!

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