Los días están contados. Toso y me lloran los ojos por el polvo del camino que levantan los vehículos que saben adonde van. Yo jaleo a mi asno que, cuando se harta de mis gritos, gira levemente la cabeza y mirándome con un solo ojo parece preguntar: ¿adónde vas tú? Yo bajo los ojos confesando que no lo sé, aflojo un poco las riendas y le dejo ir a su aire. Los días están contados, pero cuántos hay no lo sabemos. Bienaventurados los que ya saben lo que hay al final del camino, los que pronto llegarán. Ahora voy a detenerme porque otra vez he perdido el rumbo. ¿Qué saben otros que yo no sé? Eso me pregunto mirándoles correr, levantando a su paso nubes de polvo que suavemente se va depositando sobre mi asno y sobre mí. Y no me preocupo demasiado en averiguarlo. (“Y por qué cuento los días, qué más me da cuántos queden, cuántos han pasado ya. Se me contagia su prisa sólo como enfermedad, no como curiosidad. Creo saberlo todo. Creo saberlo todo y no me gusta. No me gusta creer saberlo todo y no me gusta que no me guste lo que creo que sé. ¡Vamos, burro!”)
Texto interesante. Fotos inquietantes. La primera amenaza ser una cabra disecada, vuelta lata oxidada. La otra apunta a la curiosidad innata de aquellos animales que ven se asoman a ver algo que nosotros no vemos, con los días que faltan hasta eso.
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