El fin del mundo llegó y pasó y no ocurrió nada… otra vez.
Salimos todos a la calle a mirar hacia
arriba buscando prodigios en el cielo, pero hacía un magnífico día, tal vez
algo más de calor de lo que le corresponde a un veintiuno de diciembre, nada a
que no nos tenga acostumbrados ya el famoso Cambio Climático. ¿Y No será el
famoso Cambio Climático un fin del mundo prorrateado? Y todos esperando un día
concreto. Cada día se acaba el mundo dicen los de la botella medio vacía. Cada
día empieza el mundo dicen los de la botella medio llena. Y los borrachines del
parque, que no usan botella sino tetrabrik, ni se preguntan por su contenido,
chupan, estrujan y, si no sale nada, lo tiran. ¡Qué gran enseñanza para la vida
la de esos hombres y mujeres de los parques!
¿Pero qué esperábamos? ¿Cismas y cataclismos, una oportunidad
para asaltar los supermercados y las tiendas de electrodomésticos, carta blanca
para violar a las chicas que habitualmente están completamente fuera de nuestro
alcance, libertad para hacer aquello que toda nuestra vida no nos hemos
atrevido a hacer? Mucha película americana es lo que tenemos en el magín, en
las que los tipos aprovechan un corte de la luz para dar rienda suelta a todo
el salvajismo y la frustración que su modo de vida les va acumulando dentro.
Tal vez en la vieja Europa aún nos queda un resto de civilización. Que poco a
poco vamos perdiendo. Tampoco está mal un cambio pero, irnos a fijar en esos
cafres después de tantos siglos de ir esparciendo nuestra civilización por el
mundo sin fijarnos en todo lo bueno que destruíamos. Los mayas por ejemplo, con
sus, esa sí que liberadoras, costumbres de sacarles el corazón a sus víctimas sin matarlas hasta el último momento. Esos
partidos de futbol con la cabeza del enemigo como pelota. (Yo quería hablar también de sexo, pero ¿qué
sabemos de las prácticas sexuales en la civilización maya? Pues nada. Al menos, nada, antes de consultar la
Wikipedia… después de consultar internet veo que en efecto tenían prácticas
sexuales: homosexualidad como rito de paso, arrancarle la nariz de un mordisco
a los adúlteros, objetos fálicos, masturbación ritual, esas cosas. Nada,
tampoco, del otro mundo. Pero al menos, menos pacato e hipócrita que la
sociedad norteamericana, nuestro modelo y señor de civilización.)
¿Por qué esta costumbre de esperar un fin del mundo tras
otro? Sin duda la humanidad tiene un fuerte sentido de culpabilidad. Se sabe
insegura en este mundo y se sabe amenazada porque ella es ofensora. Al menos la
civilización occidental, que es de la que estoy hablando porque es aquí donde
vivo y observo lo poco que vivo y lo poco que soy capaz de fijarme. De nuevo en
otras civilizaciones no se habla de fin del mundo cataclismático, sino de fin
de eras, fin de ciclo, cuyo sentido se nos escapa porque nunca nos hemos
preocupado demasiado de comprender cómo pensaban y cómo concebían el curso de
las cosas esos salvajes ignorantes arranca corazones.
Nosotros, los listillos con cierta conciencia de lucidez
porque hemos estudiado en la universidad y hemos leído unos cuantos libros
inútiles nos reímos de los pobres ignorantes supersticiosos, pero por si acaso
nos cogemos una borrachera la noche anterior y bromeamos -¿bromeamos?- con la
señora en la cola de la bonoloto acerca del sentido de las profecías: no es un
fin del mundo sino un cambio de era, dice la señora, que probablemente es
aficionada a cierta literatura esotérica, “no nos desilusione, señora, que nosotros
habíamos alquilado ya un apartamento en un ático de escaleritas para ver de
primera mano cómo se abría el cielo y se inundaba la ciudad bajo una inmensa
ola.” (La señora, por lo bajini, nos llamó ignorantes)
No hay comentarios:
Publicar un comentario