sábado, 22 de diciembre de 2012

El fin del mundo a toro pasado


El fin del mundo llegó y pasó y no ocurrió nada… otra vez. Salimos  todos a la calle a mirar hacia arriba buscando prodigios en el cielo, pero hacía un magnífico día, tal vez algo más de calor de lo que le corresponde a un veintiuno de diciembre, nada a que no nos tenga acostumbrados ya el famoso Cambio Climático. ¿Y No será el famoso Cambio Climático un fin del mundo prorrateado? Y todos esperando un día concreto. Cada día se acaba el mundo dicen los de la botella medio vacía. Cada día empieza el mundo dicen los de la botella medio llena. Y los borrachines del parque, que no usan botella sino tetrabrik, ni se preguntan por su contenido, chupan, estrujan y, si no sale nada, lo tiran. ¡Qué gran enseñanza para la vida la de esos hombres y mujeres de los parques!
¿Pero qué esperábamos? ¿Cismas y cataclismos, una oportunidad para asaltar los supermercados y las tiendas de electrodomésticos, carta blanca para violar a las chicas que habitualmente están completamente fuera de nuestro alcance, libertad para hacer aquello que toda nuestra vida no nos hemos atrevido a hacer? Mucha película americana es lo que tenemos en el magín, en las que los tipos aprovechan un corte de la luz para dar rienda suelta a todo el salvajismo y la frustración que su modo de vida les va acumulando dentro. Tal vez en la vieja Europa aún nos queda un resto de civilización. Que poco a poco vamos perdiendo. Tampoco está mal un cambio pero, irnos a fijar en esos cafres después de tantos siglos de ir esparciendo nuestra civilización por el mundo sin fijarnos en todo lo bueno que destruíamos. Los mayas por ejemplo, con sus, esa sí que liberadoras, costumbres de sacarles el corazón a sus víctimas  sin matarlas hasta el último momento. Esos partidos de futbol con la cabeza del enemigo como pelota.  (Yo quería hablar también de sexo, pero ¿qué sabemos de las prácticas sexuales en la civilización maya? Pues nada.  Al menos, nada, antes de consultar la Wikipedia… después de consultar internet veo que en efecto tenían prácticas sexuales: homosexualidad como rito de paso, arrancarle la nariz de un mordisco a los adúlteros, objetos fálicos, masturbación ritual, esas cosas. Nada, tampoco, del otro mundo. Pero al menos, menos pacato e hipócrita que la sociedad norteamericana, nuestro modelo y señor de civilización.)
¿Por qué esta costumbre de esperar un fin del mundo tras otro? Sin duda la humanidad tiene un fuerte sentido de culpabilidad. Se sabe insegura en este mundo y se sabe amenazada porque ella es ofensora. Al menos la civilización occidental, que es de la que estoy hablando porque es aquí donde vivo y observo lo poco que vivo y lo poco que soy capaz de fijarme. De nuevo en otras civilizaciones no se habla de fin del mundo cataclismático, sino de fin de eras, fin de ciclo, cuyo sentido se nos escapa porque nunca nos hemos preocupado demasiado de comprender cómo pensaban y cómo concebían el curso de las cosas esos salvajes ignorantes arranca corazones.
Nosotros, los listillos con cierta conciencia de lucidez porque hemos estudiado en la universidad y hemos leído unos cuantos libros inútiles nos reímos de los pobres ignorantes supersticiosos, pero por si acaso nos cogemos una borrachera la noche anterior y bromeamos -¿bromeamos?- con la señora en la cola de la bonoloto acerca del sentido de las profecías: no es un fin del mundo sino un cambio de era, dice la señora, que probablemente es aficionada a cierta literatura esotérica, “no nos desilusione, señora, que nosotros habíamos alquilado ya un apartamento en un ático de escaleritas para ver de primera mano cómo se abría el cielo y se inundaba la ciudad bajo una inmensa ola.” (La señora, por lo bajini, nos llamó ignorantes)

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