lunes, 25 de junio de 2012

Ano-malías


No creerán nada de lo que les cuento. Hacen bien. Yo tampoco lo creería. Pero lo contaré igual. Léanlo o no. Créanlo o no. A mí me hace bien contarlo.

Desde hacía ya algún tiempo, me venía molestando un desagradable dolor en el culo. Claro, yo lo silenciaba porque soy un hombre, y la primera ley es callar cualquier problema que ocurra al sur de la cintura. Pero las cosas alcanzaron un grado tal que necesité ayuda urgente.

Al principio creí, cosa normal, que se trataba de una vulgar hemorroides. Estuve tratándola con todos los remedios populares que me llegaban a los oídos o la memoria, excluyendo el sexo anal y meterme un palo untado de petróleo por el culo. (La señora en cuestión que lo comentó no se lo hacía ella misma, sino que aplicaba esta metodología a su marido, un exseminarista chupado de cara y que en presencia de su mujer siempre parecía mirar al suelo al tiempo que mantenía un mutismo sumiso) Pero nada funcionó. Cuando el dolor me impidió acudir a una cita con cierta muchacha que reclamaban mis habilidades amatorias a cambio de módicas cantidades de dinero, decidí que tenía un problema.

Pedí cita para mi médico de cabecera... que resultó ser médica. La segunda ley es no contar nunca problemas íntimos a una mujer que te puedas tirar. No es que me quiera o pueda follar a mi médica, pero en tanto en cuanto es mujer y me encierro con ella a solas en un cuarto, siempre cabe una posibilidad. Así que le expliqué mis dificultades con la digestión, me recetó un digestivo y salí pitando en espera de que se fuera de vacaciones y pusieran de sustituto a unos de esos médicos sudamericanos tan campechanos.

La segunda cita también resultó fallida y me marché con una receta para un champú fortalecedor del cabello que, por supuesto, nunca compré -tercera ley, nunca preocuparse del aspecto físico.

A la tercera cita fue la vencida. El sudamericano me habló de sus propios problemas y me recetó un tratamiento que a él le había ido muy bien, pero conmigo no funcionó. También probé el aloe por recomendación suya y a cambio tuve que ir una cuarta vez a que me tratara una erupción cutánea que me provocó el aplicarme la pulpa de la dichosa plantita en el ojete.
Naturalmente también consulté por internet, lo que agrandó mi temor al ver asociada la palabra “tumor” con hemorroides. Pero mi aversión a los médicos pudo más y hablé de ello con cierta amiga que tiene aficiones esotéricas. Ella me recomendó vivamente la visita a un chamán. Mi desesperación era tal que visité al fulano.

No me gustó la cara del tipo: se parecía a Jesucristo. ¿Cómo le cuentas a Jesucristo que vienes a verlo porque tienes hemorroides? De hecho no se esperaba nada de eso; en cuanto me vio dijo que yo era un tipo muy especial que despedía no sé qué energías y que aún estaba por averiguar si tales energías eran positivas o negativas. De hecho, continuó, sentía un doble flujo lo que le desconcertaba bastante.

Hablamos mucho rato y en verdad se mostró perspicaz pues, a pesar de lo poco que le conté, adivinó la mayoría de mis grandes conflictos: mi insatisfacción vital, mi apego por mi madre -me recomendó que la desenterrara, es decir, que desenterrara su urna, y le hiciera un nuevo entierro siguiendo un determinado protocolo- mis “conflictos” con las mujeres que, sin dudarlo, aseveró, desembocarían en una impotencia que solo se resolvería cuando apaciguara mi ser conmigo mismo.

Por fin decidió que para darme un diagnóstico más fiable debía hacerme una fotografía del aura. Como hacía poco que había cobrado la devolución de hacienda decidí que podía permitírmelo y accedí. Aquí viene el asunto.

En tal fotografía aparecían dos auras. Una a la altura de la cabeza, que era la propiamente mía, y que presentaba un magnífico color, con una cierta desviación hacia el rojo, que por lo visto representaba mi incomodidad más inmediata. Lo extraordinario era que me aparecía otra aura en torno al culo.

El hombre no podía creerse que mi culo generase un aura. Al ver la fotografía y su cara de sorpresa tuve que explicarle el verdadero motivo de mi visita y él se reprochó, lo que lo elevó un poquito ante mis ojos, el no haberlo adivinado. No obstante la fotografía del doble aura le alarmó porque no le parecía normal que una simple almorrana fuera capaz de generar un aura. Y así, ya casi por interés científico, me pidió que me hiciera una nueva fotografía, esta ya más de corte experimental, en su ámbito, que permitía revelar presencias extrañas.

Visitamos a un amigo suyo que disponía de un laboratorio fotográfico ciertamente extraño. Me hicieron quedar de pie en medio de una muralla de focos y cámara y me dejaron encerrado en la habitación completamente a oscuras durante largos minutos. Las cámaras se disparaban cada cierto tiempo haciendo un ruido muy siniestro. Cuando por fin se encendió la luz, y entraron los dos hombres pude relajarme y correr al baño donde defequé con mucho dolor y efusión sanguínea.

Cuando regresé ambos estaban mirándose uno al otro con cara de espanto. Les pregunté qué es lo que habían descubierto, con bastante temor yo mismo, y me mostraron la fotografía que acababan de revelar. Allí aparecía yo de pie y si me fijaba bien, agachado detrás de mí y metiéndome un dedo en el culo, podía verse la silueta de un extraño y diabólico personaje que sonreía de satisfacción.

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Esta es mi historia. Hace meses de esto. Y desde entonces no puedo dormir. Aparte el dolor al que, ser humano al fin, me voy acostumbrando, a causa de esa presencia constante que ahora -sugestión será, pero para el caso- siento presente, siempre con su insidioso dedo insertado en mi ano. Lo imagino por la noche sobre mi o debajo de mi o al lado de mi cama sonriéndome malignamente, un brazo extendido perdiéndose al otro lado de mi cintura. Me estoy volviendo loco. Bebo, fumo, y me masturbo frenéticamente tratando de olvidarlo, pero es imposible. No puedo ni pensar en volver a visitar a mi señorita complaciente por temor a que advierta que ahora siempre voy acompañado y quiera cobrarme el doble por hacerlo con mirón. No obstante creo que estoy perdiendo la potencia sexual a juzgar por la escasa excitación que consigo mirando pornografía para hacerme las manuelas. Me vuelvo loco señores y necesito ayuda. El chamán se ha desentendido de mí, incapaz de dar con una solución. Ha prometido buscar a alguien que me ayude, pero ya he perdido la esperanza. En el trabajo he solicitado una baja por depresión, pero creo que ya no volveré. De todas maneras me iban a echar en el próximo “ajuste de personal”. No merezco este castigo. ¡qué haré, qué haré! ¡Ayúdenme!

3 comentarios:

  1. Está muy bien. Es humorístico pero inquietante a la vez.

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  2. A mi también me ha gustado, sobre todo el pasaje ese del diablillo que sale en la foto. Muy inquietante.

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  3. También me gusta mucho el juego de palabras del título. Asimismo, celebro (como algún otro visitante de este blog) que el señor Riforfo haya cambiado la palabra "óbolo verbal" por la más simple pero a la vez más cercana de "comentario".
    Aunque a veces echo de menos a Clark Kent.

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