sábado, 4 de febrero de 2012

Leer

En un artículo de Rubén se habla de Javier Marías, que dice ser un “escritor de brújula”. Es la idea que hay dos tipos de escritores: los escritores de mapa y los escritores de brújula. Los escritores de mapa son los que antes de empezar a escribir ya tienen toda la historia en la cabeza. Una vez perfectamente imaginada lo que hacen es volcar todo eso al papel y organizarlo de la manera más efectiva según su parecer para darle forma a todo el material. Los escritores de brújula son aquellos que cuando se sientan a escribir no tienen la menor idea de lo que les va a salir. Parten de una situación inicial, es cierto, y supongo que tienen un vago aroma de por dónde quieren que vayan las cosas, pero cada sesión de escritura es una aventura y avanzan según los ánimos y la “inspiración” de ese momento. Naturalmente de esto, entiendo, resulta un material básico, materia prima. Luego lleva un proceso de construcción, de reelaboración, de organización de ese material siguiendo algún criterio.
Suponiendo que las cosas son de esa manera, debe, necesariamente haber dos formas de enfrentar la lectura. No es lo mismo leer un libro que es una estructura metódica y planificada que leer un libro que es un fluir de situaciones. Para los primeros, tiene razón Nabokov cuando dice que hay que distanciarse del texto, alejarse como se aleja uno de un cuadro para tener una visión de conjunto, para lo cual, en un libro, la relectura es imprescindible, y es imprescindible ese distanciamiento para percibir la habilidad del autor en construir la historia y llevar y traer los personajes para que su relato se desarrolle cumpliendo los hitos en cada momento. Ese aspecto del libro es tan disfrutable como la propia narración y cuando uno no le presta atención a eso, evidentemente se está perdiendo una parte muy importante de la creación.
Sin embargo cuando uno lee un libro de la otra categoría no creo que valga ese distanciamiento. No disfrutarías convenientemente del libro, de la historia, sin sumergirte en ella, sin dejarte llevar por los meandros de palabras y situaciones por los que se dejó resbalar en su momento el autor cuando lo estaba escribiendo, sin asumirte como uno de los personajes o el propio autor que narra.
Nabokov tiene una preferencia por los libros de la primera clase según creo deducir en este artículo, mientras que yo tengo una clara preferencia -preferencia no es exclusión de lo no preferido-, por los libros de la segunda clase: los libros de autores locos, que no saben qué va a salir cuando se ponen a escribir, que escriben de pié en servilleta; los autores que tienen a la literatura como una amante y no como una esposa al decir de Onetti comparándose con Vargas Llosa según anécdota que ambos contaban.
En cualquier caso, mi forma de acercarme a la literatura se asemeja demasiado a lo que Nabokov -sí, me he sentido herido- llama un lector de segunda fila, por mi tendencia a creerme lo que me cuentan los libros mientras los estoy leyendo, por mi tendencia a incluirme como personaje y a asumir los defectos y las virtudes de los personajes con los que me identifico. Pero eso creo hacerlo con la clase de autores, o la clase de obras, que he descrito en segundo lugar. Obras en las que a mí me parece que el autor se muestra, sí, a sí mismo, o, al menos, una parte de sí. Por otro lado, en cuanto cierro el libro, todo ese mundo desaparece y yo vuelvo, lastimosamente, a la realidad; tal vez levemente transformado, pero casi siempre siendo el mismo. No he conseguido aún, quedar atrapado en uno de esos mundos (nota: dudo de esto).
No creo, sin embargo, confundir obra con autor, aunque es cierto que me hago con una idea del autor basada en sus obras, porque, al fin y al cabo, para mi, el autor no es el señor que escribió esos libros, sino el espíritu de él que se queda en mí después de haberlos leído. Quiero con esto decir que los escritores son, generalmente, unos seres inmateriales que viven dentro de unos seres reales que son los señores que escriben.
Es verdad que Nabokov en el artículo viene a decir -vengo a entender- que un lector debe hacer esas dos lecturas al mismo tiempo, por eso habla de leer “no tanto con el corazón o con el cerebro, sino con la espina dorsal”. Es decir, que debe conseguir meterse dentro de la narración tanto como estar distante de ella para observar las industrias empleadas por el autor para construirla -o, si se trata de un autor de los de brújula, las maneras que tiene de explorar ese mundo que va descubriendo a medida que los crea. Supongo que sería uno un lector perfecto si consiguiera eso, llorar con, no se, el reencuentro de Bayardo San Román y Ángela Vicario al mismo tiempo que se maravilla por cómo ha conseguido don Gabriel llegar hasta ese momento y luego volver al pueblo para seguir recabando testimonios sobre el insólito imposible de que Santiago Nassar fuera el último que se enteró de que lo iban a matar.
Yo creo que si uno disfruta de verdad con una obra es porque va advirtiendo implícitamente esos detalles de construcción, de expresión, esas maneras que reconoce en el autor si ya es un viejo amigo o que identifica como novedosas, si no. Lo difícil es luego verbalizarlas, fijarlas con la mirada -porque se pierden como las estrellas cuando las miras fijamente-, decir por esto, por esto y por esto me ha gustado esta novela o este poema o esta canción. Muy pocas veces he encontrado a nadie que de verdad haya sabido explicar eso, por qué, de forma precisa, le ha gustado una obra. A cambio se enredan en una descripción “geomorfológica”, “morfomecánica”, “cuántico-analítica” de la obra como si eso explicara algo. Sí, tal vez den con las herramientas que utilizó el autor para levantar la obra, lo mismo que se puede dividir en secciones el cerebro, y asignarle a cada sección una función aproximada, pero eso no acaba de explicar ese mundo imaginario que se nos despliega dentro cuando leemos.
En resumen, no estoy de acuerdo con Nabokov en que todas las obras literarias son producto de un trabajo de ingeniería y sí estoy de acuerdo con él en que uno debe aprender a disfrutar de una obra literaria en otros aspectos que el meramente narrativo. Y me digo que yo creo que lo hacemos aunque luego no seamos capaces de explicarlo. Y que cuando nos aburrimos de una novela es porque resulta carente de elementos más allá de la mera narración: carisma del autor, artificios literaros, estructura, en fin, el resto de elementos que hacen que brille la narración.

No hay comentarios:

Publicar un comentario