jueves, 2 de febrero de 2012

Crónica de una muerte anunciada

Después de leer Crónica de una muerte anunciada me siento como si la mujer de la que estoy enamorado me acabara de decir que ella también me quiere. Creo que es la manera más precisa de describir la emoción que siento. Se acostumbra uno a leer y a leer y acaba entrando en un hábito durante el cual disfrutas de una manera intelectual de las lecturas; de unas más y de otras menos y de muchas nada, pero lees, y sigues leyendo y por momentos te preguntas ¿para qué? Y acabas viendo el acto de la lectura como un absurdo, palabra tras palabra, línea tras línea, frases que terminan por no significar nada; historias, sí, pero, ¿que llevan adónde? Como cuando repites mucho una misma palabra y llega un momento en que no sabes ni qué significa. Pero de pronto te encuentras un libro como este y recuperas de un golpe, de un zapatazo, toda la confianza y el amor a la literatura, y se te recargan las razones de por qué leer: para volver a sentir esto que siento ahora; esta euforia, esta gana de seguir leyendo. Esta gana de vivir para leer, solo leer. Y amar a la literatura.

5 comentarios:

  1. Pues mi más sincera enhorabuena. ¡A qué más podemos aspirar sino a ser correspondidos por este dama que a veces resulta tan esquiva!

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  2. Nunca fui capaz de apreciar la magia de ese libro. Supongo que es cuestión de re-lectura.

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  3. Te dije que leer salva.
    Comparto esa sensación salvaje de leer apasionadamente cada cosa y cerrar cada libro que me aparece como rutina. Como en el amor o en la guerra.

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  4. Vivimos una avalancha de "productos culturales" que produce hiperestimulación. También tal cantidad de individuos que parecen poder disfrutarlos nos lleva a una falsa relativización (¡toma ya!). Trato de explicarme. Sigue existiendo, entre tanto, lo bueno y lo malo, y lo malo es muy, muy, abundante. Estamos en nuestro legítimo derecho a discriminar, que significa apartar mucho. No todos los libros valen, o al menos, nos valen. No todas las películas nos valen. No todas las personas nos valen. Cuando encontramos una obra o una persona consustancial a nuestro ser (¡toma ya ! otra vez) parece que, entre tanto estiércol, resucitamos.
    Por otro lado, y con respecto a Nabokov, es un escritor de una inteligencia extrema, que lleva a la apreciación de la literatura. Quizá otros no seamos tan exigentes con "la técnica". Quizá el sea más discrimitarorio que nosotros y haya cosas que "no le valgan". A mi Onetti me puede resucitar a un tipo en el capítulo V (muerto en el capítulo III) que no se lo voy a tener en cuenta, o me haré a la idea de que hay un salto en el tiempo.

    Estoy bajo el influjo de dos copas de vino. No sé si lo que he puesto es coherente.

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