lunes, 20 de febrero de 2012

Buena, justa y necesaria

Buena, justa y necesaria

Dice Rajoy, yo no la he leído, que la Reforma Laboral es Buena, Justa y Necesaria. Dicen que la principal característica de esa reforma es que multiplica la facilidad de despido. El empresario adquiere, con ella, plenos poderes para despedir a los trabajadores, bien individualmente, bien en masa. El empresario decide cuándo, por conveniencia de su negocio, los empleados sobran, y puede despedirlos a un coste mínimo, mínimo en comparación a como lo hacía antes, que hasta tenía que pedir permiso.
Esto es bueno, claro, pero bueno únicamente para el empresario. Porque el trabajador no puede encontrar nada de bueno en que todas las decisiones acerca de cuánto va a durar su trabajo las tome el empresario y él solo pueda limitarse a firmar un contrato. Contrato que ya no tiene ningún sentido porque por muy “indefinido” que sea el tiempo pactado, la indefinición está sujeta a capricho de un empleador, pues él decidirá cuándo su negocio va bien o cuándo hay que someterlo a una “regulación”. Entiendo que se presume que lo “bueno” para el trabajador es que el empresario se va a sentir menos atado al contratar a un empleado y por lo tanto contratará con más ligereza, puesto que podrá despedir con la misma ligereza. Los cierto es que el empleador adquiere, con esta reforma, mayor seguridad, mayor control, y esa seguridad y control se le ha sustraído al empleado que queda en la más absoluta indefinición.

La ley de Reforma Laboral obedece, entonces, a una idea de que si el empresario puede contratar y despedir con más ligereza, pondrá menos inconvenientes a la hora de decidir contratar y por lo tanto contratará más. Eso, en efecto, me parece que podría incentivar la contratación. Sin embargo creo, también, que al dotar al empleador de ese poder se le ha dotado también de un poder sobre el empleado, que queda en absoluta indefensión frente al empleador –en realidad siempre lo ha estado y cada “reforma” laboral ha aumentado, como característica principal, esta indefensión–. Me parece a mí que en un mercado laboral con exceso de demanda, esta normativa no sería mal vista por los empleados, que tendrían una gran facilidad para cambiar de trabajo si las condiciones laborales que se encontrasen en una empresa no le satisficieran. Un mercado de esas características obligaría al empresario a ofrecer unas condiciones de trabajo halagadoras para los empleados tanto como a los empleados ofrecer unos servicios al empleador que cubrieran sus expectativas. Sin embargo estamos en un mercado laboral con exceso de oferta en el que se les ha dado a los empleadores todo el poder para contratar –contratos del más variado pelaje hasta condiciones indignantes– y ahora todo el poder para despedir –despidos que, no me cabe la menor duda, porque ahí están especificados en la nueva Ley de Reforma Laboral, utilizarán razones de lo más indignantes–.

Esta ley no es justa porque obedece a un claro criterio: el que tiene el dinero es el que decide. No se tiene en cuenta en absoluto el hecho de que el empresario necesita del trabajador tanto como el trabajador necesita del empresario, y que, por lo tanto, unas reglas justas tratarían de mantener un equilibrio de fuerzas, impedir que el exceso de fuerzas de uno se sobrepusiera a la debilidad del otro. Lo cierto es que el equilibrio de fuerzas actualmente es abrumadoramente favorable para el empresario. Es claro que hay un exceso de oferta de mano de obra. Y esta ley ha puesto todos los mecanismos de control en manos del empresario. Que además se atreve a reclamar que se reduzcan los pocos mecanismos de que dispone el empleado para forzar a que se mantenga ese equilibrio: el derecho a la huelga, el salario mínimo, las indemnizaciones por despido improcedente.
Ahora bien. ¿Podemos confiar en la honestidad del empresario cuando haga uso de estos recursos poderosos? ¿Creemos que el empresario, cuyo inmediato interés es la maximización del beneficio –y como creo que nadie se lleve a engaño, no de su empresa, sino propio– va a hacer un uso equilibrado de estas “mazas” que el estado le ha puesto libremente en las manos? Yo no lo creo. No lo creo porque veo cada día como “Los mercados” no dudan en abusar de cualquier recurso para obtener beneficios que no reportan nada a las sociedades de los cuales los obtienen. No lo creo porque veo las diferencias de hasta diez veces de los sueldos de los que dirigen las grandes y medianas corporaciones frente a los sueldos medios de sus empleados. No lo creo porque si algo he observado del comportamiento del capitalismo brutal en el que vivimos es que el beneficio es buscado localmente mientras que el perjuicio que su obtención provoca es distribuido generosamente.

En cuanto a que sea Necesaria. Todos estamos de acuerdo en que lo que es necesario es que se genere empleo en unas condiciones lo suficientemente estables como para que los empleados se sientan con la suficiente comodidad como para reactivar el consumo y vuelva a ponerse en marcha esa absurda rueda en la que basamos nuestra sociedad. Pero lo que yo observo de esta ley es que en el caso de que generase empleo lo haría en unas condiciones tan miserables, de absoluta “indefinición” en los contratos, con sueldos infames contra los que no podría protestarse (reclaman restricción del derecho de huelga, reducción del salario mínimo, etc.) y con exceso de horas de trabajo inexcusables (con la amenaza de despido siempre presente y ningún recurso de defensa), que sería imposible que se recuperase ese movimiento pleno. (Todo esto, naturalmente, me está dictado por mi absoluta desconfianza de la “buena voluntad de los empresarios”)
Más bien entraremos en una situación de país tercermundista en el que las empresas aprovecharán nuestra mano de obra para producir, y tendrán que llevarse esos productos a otros mercados que puedan consumirlos. ¿Pero dónde están esos mercados, si esos mercados éramos, hasta hace dos días, nosotros?

En resumen, no veo ni bondad, ni justicia, ni necesidad en esta ley. Veo un abandono de responsabilidades por parte del estado en el compromiso de mantener un equilibrio entre los dos estamentos que está más desequilibrado que nunca, hasta rozar los extremos de los comienzo de la era industrial. Un desmantelamiento social absurdo porque el capitalismo consumista actual depende de unas sociedades saneadas que lo mantengan en marcha. La esperanza, paradójicamente, es que esto sea la famosa decadencia de las civilizaciones, momento en que éstas entran en contradicción consigo mismas y preparan el advenimiento de un nuevo modelo. En Spengler confío.

2 comentarios:

  1. Quizá se eche en falta una mirada alta sobre lo que está sucediendo, con perspectiva. Y no son los políticos quienes la pueden tener. Viven en el lío, como ellos mismos dicen. Tratan de sobrevivir día a día, como mucho con una perspectiva a cuatro años, y en medio del griterío y las tensiones de los poderes reales que tratan de arrimar el ascua a su sardina. Lo cierto es que ya sólo existe una ideología, el liberalismo económico a destajo. A tomar por saco el muro y demás. Viva la ley de la selva. Sálvese quien pueda y sea más fuerte. Una olla de grillos donde juegan todos los ciudadanos del planeta. La solidaridad era esto, y no apadrinar un niño en el quinto coño y que te pasaran un recibo de 5 e contra la cuenta. La solidaridad es competir en el mercado global contra vietnamitas que trabajan de sol a sol, contra niños que se deforman los dedos por 5 euros al mes, con chinos que no saben que cosa es el hedonismo ni tienen casi conciencia de sí como ajenos al hormiguero. La solidaridad va a ser jodernos. Por supuesto los de arriba aguantarán todo lo que puedan y pisarán a los de abajo. Aguantarán algo más pero la mierda les va a llegar igual. Al final quedarán cuatro, pero cuatro (sobra un dedo en una mano) que manejarán todo y una masa amorfa y magmática de ciudadanos zero. Ese es el fin de la Historia.

    Joder, en vez de un comentario, me he reescrito un capítulo de ciencia ficción.

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  2. Entiéndaseme, la mirada alta tampoco la puedo dar yo, pero aunque no les den cancha en los medios de masas, existen. Los artículos de Jorge Polo sobre la postmodernidad (olvídense de los prejuicios que tenemos contra esta palabra que parece oler a snobismo) son un buen ejemplo.

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