viernes, 20 de enero de 2012

de La confesión de Lucio, de Mário de Sá-Carneiro

Pero todas estas maravillas – de perversidad increíble, era cierto – no nos excitaban físicamente deseos lúbricos y bestiales: antes, nos provocaban un ansia de alma, ardiente y, al mismo tiempo, suave, extraordinaria, deliciosa.
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Sin embargo nada era comparado con la última visión:
Se volvían más densas las luces, más agudas y penetrantes, cayendo, ahora, en cascadas, de lo alto de la cúpula –y el telón se rasgó sobre un ambiente asiático… Al son de una música pesada, ronca, lejana – ella surgió, la mujer de humo…

Y comenzó danzando...

La envolvía una túnica blanca, listada de amarillo. Cabellos sueltos, locamente. Joyas fantásticas en las manos; y los pies descalzos, constelados…

¡Ay!, como expresar sus pasos silenciosos, húmedos, fríos de cristal; o el tremor de su carne ondeando; el alcohol de sus labios que, en un refinamiento, ella dorara – toda la harmonía desvanecida de sus gestos; todo el horizonte difuso que en sus giros suscitaba, nevadamente… Entretanto, al fondo, en un altar misterioso, el fuego se encendía…
Lentamente la túnica se le va resbalando, hasta que, en un éxtasis sofocante, sozobra a sus piés…

¡Ah!, en ese momento, frente a la maravilla que nos brindó, nadie pudo contener un grito de asombro… Quimérico y desnudo, su cuerpo estilizado se erguía litúrgico entre mil cintilaciones irreales.

Como los labios, las puntas de los senos y el sexo estaban dorados – de un oro pálido, enfermizo. Y toda ella serpenteaba en misticismo escarlata queriéndose entregar al fuego… Más el fuego la repelía… Entonces, en una última perversidad, de nuevo tomó los velos y se cubrió, dejando apenas desnudo el sexo áureo – terrible flor de carne estremecida de agonías magenta…

Vencedora, todo fue luz sobre ella...

Y, otra vez desvestida – ardiente y feroz, saltaba ahora por entre las llamas, rasgándolas: enmarañando, poseyendo todo el fuego borracho que la ceñía.

Mas, finalmente, saciada tras extrañas epilepsias, en un salto prodigioso, como un meteoro –rojo meteoro- ella vino a caer en el lago que mil lámparas ocultas teñían de azul ceniza.

Entonces fue la apoteosis:

Toda el agua azul, al recibirla, se volvió roja de brasas, ondulante, ardiente por su carne que el fuego penetrara… En un ansia de extinguirse, poseída, la fiera desnuda se sumergió… Mas, cuanto más se abismaba, más era luz a su alrededor…

…Hasta que, por fin, misteriosamente, el fuego se apagó en oro, y, muerto, su cuerpo flotó, heráldico, sobre las aguas doradas, tranquilas, muertas también…

2 comentarios:

  1. En el prospecto de Lolita de V. Navokov, en el apartado de incompatibilidades puede leerse: ”Su lectura no debe administrarse juntamente con la de textos de Mário de Sá-Carneiro dado el riesgo de que se produzcan ataques ninfuláticos, prurito escrotal y sordera selectiva en el administrado.”

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  2. Al fin lo leí. Y, sí, me parece hermoso.

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