viernes, 9 de diciembre de 2011

Un mundo satisfactorio para gentes razonables

Sí, un mundo satisfactorio para gentes razonables, y con dinero. Que puedan pagarse el agua de colores, los cuartos de baño telecomandados, los pollos de catorce patas, exquisitas todas ellas. Porque esa idea de un mundo satisfactorio para todas las gentes es una idea repulsiva para muchos, inconcebible para otros, o simplemente, tal y como se encaminan las cosas, inimaginable para la mayoría. Volvemos atrás. Hemos estirado la goma hasta su máximo alargamiento y volvemos atrás. A los tres trabajos a jornada completa para sobrevivir, a parchear los desperfectos de las viviendas con cartones y maderas recuperados de los vertederos, a intercambiar cromos ajados de tanto manipularlos, a cultivar verduras en los parterres, a criar gallinas en las azoteas, a ir caminando a todas partes, a pasarnos media semana sin luz y otra media sin agua corriente, a ir a casa del vecino a ver la televisión y a llamar a los amigos por las cabinas de la calle, a gastar la ropa hasta darle la vuelta y que vuelva a parecer nueva, a cubrir los agujeros de las suelas de los zapatos con cartón hasta el mes que viene a ver si sacamos para un par de zapatos nuevos, a comprar en el economato de la empresa, a pasar las vacaciones en el pueblo. Volvemos atrás, a los viejos buenos tiempos de cuando la gente se saludaba por la calle, y los vecinos salían por la tarde a charlar al fresco, a cuando si había que echar una mano se echaba, a llevarle unas galletas a la vecina de enfrente y traerse unas truchas de batata que ella acaba de hacer, a gritar por la ventana en fin de año, “veciiinoooos, feliz aaaañooo”, a saludarnos en los velatorios, a visitar los domingos por la tarde a los familiares, al bar del barrio a ver los partidos, al polvo de los sábados por la noche.

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