Al otro día del entierro fui a llevar alimentos a casa de los huérfanos y la encontré repleta de “señoras caritativas”: Emilia, la planchadora, había regado la noticia de “esa miseria”. Me topé con tres automóviles modelo 1936 que olían a incienso, polvos y enaguas, el santo hedor de la caridad capitalista. Porque los sacerdotes romanos huelen a una cosa y la caridad huele a la misma cosa.
Dizque estaban aterradas con “aquella miseria”. Preguntaron si los chicos sabían la doctrina y si habían hecho la primera comunión, Las unas eran de “las damas de la santidad”; las otras, de “la columna de choque contra el mal”; las había de “la gota de leche” y “vírgenes del altar”. Venían a ejercer sobre los doce huérfanos, que las miraban con sus ojazos abismados. Agarraron a los Manjarreses, les treparon a sus automóviles y se fueron rodando a exhibir sus caridades, grandísimas rameras de la virtud.
martes, 12 de abril de 2011
La caridad
De Fernando González Ochoa otra vez
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
El texto es brutal.
ResponderEliminar