lunes, 11 de abril de 2011

Síndrome de "grande hombre incomprendido"

He vuelto a Fernando González Ochoa. Leo "El maestro de escuela". El maestro de escuela es Manjarrés. Aquí F.G.O. se inventa este síndrome y razona sobre él.

Estamos al borde de la llave del secreto vital. Recuerdo muy bien que fue al pasar una vaca cuando comprendí a Manjarrés. Se me entregó el conocimiento y lo expresé en esta frase interior:
-Manjarrés y yo somos “grandes hombres incomprendidos”.
Quienquiera que tenga por encima a otro, lo es. “Yo soy tu perro, Señor, pero, ¿cúyo perro eres tú?”. El lector cesante, o el artista de menos demanda que otro, gozan cuando se maldice del presidente, o del novelista muy leído, y mientras más pobres o inferiores en la escala, más gozarán. Los libelos son medicina para los que sufren, si comprueban que los incapaces gobiernan.
La gente no sabe por qué se alegra: es porque les nace el sentimiento de “grande hombre incomprendido”. El razonamiento de la subconsciencia es: “Los imbéciles poseen honores y riquezas; si yo estoy pobre, olvidado, es por eso, por incomprendido. La culpa la tienen los demás”
/…/ La humanidad le es precisa para echarle la culpa y evitar así que se disuelva la personalidad, al tener conciencia de pecado. ¿Qué sería de Manjarrés el día en que tuviese conciencia de que sufre por incapaz y por anárquico? Moriría; se culparía y moriría.
Dice Fernando que de esta manera objetivamos la culpa de nuestro fracaso. Y mientras mantenemos esta situación podemos seguir viviendo. Pero si desaparece esta objetivación, desaparece el otro al que culpamos de nuestras frustraciones, entonces no nos queda más remedio que admitir que nosotros tenemos esa culpa: subjetivamos la culpa, nos volvemos "buenos", y este será nuestro fin, porque no podremos vivir con esa culpa sobre nuestras espaldas.

1 comentario:

  1. Desde luego echar la culpa a los demás es una manera muy habitual de asumir la parte que nos corresponde de nuestros fracasos. Es un mecanismo de autoprotección, como hay tantos. La cuestión es encontrar el equilibrio, es decir, saber hasta qué punto llegan los demás y dónde empieza nuestra cuota.

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