jueves, 2 de diciembre de 2010

Canción [graciosa] de Navidad

Amanece. Canta el primer gallo: ¡quiquiriquí! y luego el segundo más lejos: “¡quiquiriquí!” y luego otro más al fondo: “¡quiquiriquí!” y otro que parece sonar entre medias de los dos primeros: “¡quiquiriquí...!” y la cosa sigue un rato. Parece que ya es de día.
Ahora, lo siento, tengo que decir esto: esta noche es Noche Buena y mañana Navidad.
Ya está. ¡Uf, qué ridículo me siento! Pero estaba obligado. Es lo que se llamaría la situación temporal del relato. Ahora viene la historia:

Pues estaba sentado en el parque leyendo una cosa de Wilhem Reich que ahora no viene a cuento cuando de pronto: ¡Plaff!, a mi lado cae un paquete del cielo, totalmente envuelto en telas. Y de repente aquello empieza a llorar. ¡Joder, qué susto! "¡Su puta madre!" Miré para arriba instintivamente, y luego para los lados. No había nadie. Y ningún edificio cerca del que lo pudieran haber tirado.
Aquello seguía llorando, pero su llanto no correspondía con el trastazo que se había pegado, para eso tendría que estar berreando, gritando, desgañitándose, quedándose ronco; pero no, estaba llorando, sencillamente llorando, con la tranquilidad de esas lluvias matutinas que parece que forman parte del mismo amanecer, tranquilamente. Venciendo mi miedo me le acerqué, estiré las manos y entreabrí las telas, con el mismo pánico con que hubiera abierto un niño bomba, pero no estalló, era un niño nada más. Me vio y dejó de llorar. Y se puso a reír el muy gilipoyas. ¡Qué gracioso estaba...! ¿Pues no me puse tierno? ¿Sabes esos idiotas que se ponen “cuchi, cuchi, cuchi”?, pues así me puse yo. ¿Seré idiota?
Lo tuve en brazos un rato. No sabía qué hacer con él salvo los imbéciles cuchi cuchi esos. Después de media hora repitiendo lo mismo el pibe me miraba un poco asustado, así que me decidí a hacer algo. Le aparté las telas y lo revisé.
En principio, por lo que yo sabía, estaba bastante bien. Lo tenía casi todo doble, era simétrico con respecto al plano central, no se, normal. No estaba vestido. O su vestido era ese montón de telas que lo envolvían; bastante toscas, por cierto. Me recordaban a aquellas con que aparecen envueltos los chiquillos en las películas de pobres. Aunque no olían mal, eso no. Hasta que el chiquillo empezó a funcionar. Esto ya me puso en marcha. No podía dejarlo todo pringado en su propio jugo.
Bueno, me lo llevé a casa.
La parte que viene ahora me la salto. ¡Pues no se han hecho películas ni nada al respecto! Bastante imbéciles por cierto: Un soltero y un bebé, ¡joder!
El caso es que después de unos días ya estaba harto del chiquillo, y empecé a pensar. ¿Qué podría hacer con él?, ¿De dónde habría salido? ¿Qué era ese brillo que le rodeaba la cabeza? Y como siempre he sido bastante perezoso, pues no tomaba ninguna decisión.
Entonces empezaron a ocurrir cosas raras. Venía gente y se empeñaba en ver al niño, y le traían cosas. ¡Pero si hasta un tipo que traía un cochino al hombro se empeño en dejármelo diciendo que era un regalo para el niño! Un día vinieron tres fulanos, uno de ellos negro, de no sé qué secta. Se empeñaron también en ver al niño y le traían regalos. Era el colmo. ¿Cómo sabían aquellos tipos que el pibe estaba allí? Que si una estrella, que si la luz del Señor. Me quisieron hasta dejar un libro que hablaba de eso y me aclaraba qué señor era ese. ¡Lo que me costó echarlos! Pero me dejó preocupado. Sobre todo lo que me dijeron cuando los pateaba escaleras abajo: Que si la policía los había seguido, que si vendrían a llevarse al chiquillo. Pero eso me dio una idea. Tenía que llevarlo a la policía. No podía uno encontrarse un chiquillo por ahí y traérselo a casa como si fuera un gatito. Y al fin tomé la decisión. Al día siguiente lo entregaría a la policía.
Y al día siguiente vino la policía. “Pum pum pum, ¡Abra, la policía!”, ya sabes.  Solo que ni siquiera esperaron a que fuera a abrir. Ya estaban derribando la puerta. Me acordé de los tres tipos aquello y de sus madres. No sabía qué pasaba, pero agarré al pibe y me largué por la ventana de atrás (ya explicaré otro día cómo es mi casa).
"No se debe esperar nada bueno del que derriba la puerta de tu casa", decía mi padre, que adquirió su experiencia en la clandestinidad, como solía él decir. Y ahí me tenías en la calle con un niño que no sabía de dónde había salido, huyendo de la policía no sabía por qué.
Y entonces algo pasó: trataré de explicarlo, aunque es algo difícil.
Mientras caminaba pensando en todo esto noté un silencio extraño. Entonces me fijé que todo estaba detenido, es decir, la gente estaba petrificada, los coches parados en medio de la calle. No corría ni aire. Distraídamente me entretuve mirándole profundamente el escote a una rubia que fue paralizada en el acto de subirse a un coche (si no fuera por el chiquillo me hubiera aprovechado mejor de la circunstancia, pero tener un niño pequeño en brazos te da como un deseo de ser puro, de ser bueno... no se). Y me volvió a dominar el pánico aquel que me repercute siempre en el estómago. “¡Joder!. ¿Qué pasa aquí?
De pronto la luz comenzó a aumentar y a brillar tan intensamente que todo se perdió de vista y solo quedó un blanco intenso..., me cagué...Qué podía hacer, mi estómago no lo pudo soportar. Después la voz me lo explicó todo:
“EEEH..., LO SIENTO, MUCHACHO. TODO HA SIDO UN ERROR. ME FALLÓ EL TIRO –AUNQUE SOLO POR UNOS MILES DE KILOMETROS. NUNCA ME ACOSTUMBRARÉ A QUE DE VUELTAS. TENÍA QUE HABERLO DEJADO PLANO– EL PAQUETE NO ERA PARA TI. EN SEGUIDA LO SOLUCIONO TODO. OLVÍDATE DE ESTE ASUNTO...”

Y allí estaba yo otra vez. En el parque. Tratando de leer a Wilhem Reich, aunque de poco me iba a servir. Me levanté y me fui a casa. Tenía que cambiarme de pantalones. Te hubieras reído viéndome andar pegadito a la pared para que no se me notara.
(1995)

2 comentarios:

  1. Un cuento simpático, divertido, imaginativo y muy acorde con las fechas que se acercan.

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  2. Más que al relato de Dickens -imagino que el título alude a él-, esta "Canción (graciosa) de Navidad" me recuerda a aquellas disparatadas películas de los Monty Python tipo "La vida de Brian", con un humor ácido muy fino. Tengo pruebas.
    La primera: los tres fulanos, uno de ellos negro, de una extraña secta que vienen a llevarse al niño.
    La segunda: la sentencia del padre del protagonista ("No se debe esperar nada bueno del que derriba la puerta de tu casa"), sabiduría adquirida en la clandestinidad. La frase tambén podría aparecer en las novelas de parodia de Eduardo Mendoza.
    Una desenfadada y agradable vuelta de tuerca a los mitos fundacionales de la Navidad.

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