jueves, 9 de diciembre de 2010

Celebración del yo

Uno sabe de qué pie cojea.

Tampoco es que sea tan difícil. Sólo tenemos dos.

Pero saberlo no es suficiente.

Lo mismo que no es suficiente reconocer la culpa.

O pedir perdón.

No se debe pedir perdón si no estás seguro de no volver a cojear.

Pedir perdón no es tan importante.

En cuanto a reconocer las culpas. No pasa de ser un gesto.

¿Y qué pasa cuando es contigo mismo con quien tratas?

¿Cuando te ves los dos pies cojos y no sabes si cojeas o es que eres así?

¿Y pedirte perdón a tí mismo? ¿No es un absurdo?

Todo lo más que puedes hacer es compadecerte. Que no es bueno.

Cuando uno empieza a compadecerse a sí mismo es porque ya no piensa hacer nada más.

Y eso no es bueno.

Se cansa uno ser uno mismo.

Y acaba creyendo que ya no se puede salir de ahí.

Se acostumbra uno a los propios límites impuestos.

Y lo llamas tú. En medio de la nada, tú.

Pero "tú" no existe sino por pereza.

Por desgana. Por abandono. Por costumbre.

¡Pero si hasta mudas de piel completamente cada... no sé cuánto tiempo!

Tu cuerpo, en el que tanto confías, se derrumba y se reconstruye a cada momento.

¿Tu mente es "tú"? ¿Esa mente que está guiada por los anuncios de televisión?

¿Por lo que digan los vecinos? ¿Por la cantidad de hormonas que tengas sueltas hoy?

Estoy viendo el camino de las baldosas amarillas.

Pero no lleva a Oz.

Viene de allí.

A esta aldea seca y triste.

Todos los caminos traen hacia aquí.

Y yo escogí sólo uno.

Este.

Yo.

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