viernes, 13 de noviembre de 2009

Leer

Cuando uno lee, uno sólo lee. Prepara su mente para aceptar el mundo que le plantea la historia o la reflexión que se está haciendo en el texto. Suspende su criterio para asumir los criterios de la narración. De otra manera es imposible disfrutar de la lectura, que implica sumergirse en ese mundo que le proponen. Si lo hace con una actitud crítica o defensiva, únicamente se queda con las palabras, solo consigue acceder a ese otro mundo desde detrás del cristal de las palabras. El mérito de la escritura está en ofrecer un mundo coherente que permita al lector desenvolverse en él sin contradicciones dentro de su propia coherencia no de la coherencia del lector. Cuando se habla de la credibilidad de una situación no se quiere decir que aquello que se está contando debería poder ocurrir en la realidad cotidiana sino en la realidad de ese mundo propio que se está creando.

Las palabras son una alfombra que guía para entrar en ese nuevo mundo. Esa es su importancia. Si las palabras son confusas o desagradables a la lectura hacen que el lector despierte de esa suspensión de conciencia, que desaparezca la magia necesaria para poder sumergirse en el océano de la fantasía a que deberían llevarle. Si las palabras son torpes o complejas camina con prevención, con desconfianza por la senda que dibujan y sólo alcanza a ver la tramoya, los decorados, pero no el paisaje fantástico que pretenden evocar.

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