Treinta años después (y ya cumplo tres adolescencias) llegué en bicicleta a aquel bar, al que en mi adolescencia íbamos en familia a comer carne de cabra algunos domingos. Los coches aparcaban al borde de la carretera y algunas veces, por la lluvia, quedaban enterrados en el barro y había que ayudarlos a salir a empujones. Este trabajo lo hacíamos principalmente los chiquillos mientras los padres, alejados convenientemente, asesoraban al atribulado conductor.
Era domingo, pero el bar estaba vacío; uno o dos viejos en una mesa, los estropeados sombreros colocados sobre el asiento de una silla cercana. La puerta del comedor entreabierta dejaba ver las sillas bocabajo sobre las mesas.
Le conté al dueño mi recuerdo de otros tiempos y le dejé entrever la tristeza que me transmitía ahora el local, pero él no me siguió el juego. A veces las cosas han ido mejor y otras veces las cosas han ido peor. No crea que este es uno de nuestros peores momentos, vino a decir. Se oía el cacharreo de alguien en la cocina.
Mi apunte de tristeza se desvaneció y sentí aquel lugar como una roca en medio del oceano. Me tomé otra cerveza admirando los posters cagados de moscas y de tiempo de las paredes. Pagué las dos cervezas y el hombre quiso invitarme a una tercera que rechazé amablemente señalando la bicicleta.
Era domingo, pero el bar estaba vacío; uno o dos viejos en una mesa, los estropeados sombreros colocados sobre el asiento de una silla cercana. La puerta del comedor entreabierta dejaba ver las sillas bocabajo sobre las mesas.
Le conté al dueño mi recuerdo de otros tiempos y le dejé entrever la tristeza que me transmitía ahora el local, pero él no me siguió el juego. A veces las cosas han ido mejor y otras veces las cosas han ido peor. No crea que este es uno de nuestros peores momentos, vino a decir. Se oía el cacharreo de alguien en la cocina.
Mi apunte de tristeza se desvaneció y sentí aquel lugar como una roca en medio del oceano. Me tomé otra cerveza admirando los posters cagados de moscas y de tiempo de las paredes. Pagué las dos cervezas y el hombre quiso invitarme a una tercera que rechazé amablemente señalando la bicicleta.
Los domingos son propicios para la nostalgia. Como los bares que frecuentábamos en nuestra juventud: baratos, con los vasos de cristal ya turbio y por supuesto, posters cagados de moscas
ResponderEliminary pejines, no olvides los pejines
ResponderEliminarhttp://negrasovejas.blogspot.com/2007/11/un-fulano-en-nueva-yol.html