No sé si será autodefensa, pero considero que la manera de vivir que nos propone Thoreau no puede ser de este mundo. Thoreau propone su solución ignorando al resto de la gente. Si tan solo diez o quince como él fueran a pescar al lago Walden todos los días, y todos los días incursionaran en el bosque en busca de bayas y se construyeran todos una cabañita en las márgenes del lago para vivir a su modo, entonces él comprendería que no hace bien haciendo proselitismo de sus ideas.
Es necesario un proyecto de vida social que regule la interacción de la gente entre sí, y de la gente y el entorno en el que habita. Pero tiene, a mi juicio, toda la razón en que este modelo social debe ser radicalmente otro que el que llevamos (el que ya se apuntaba en sus tiempos y que ya le parecía absurdamente trabajoso).
Lo que impulsa a nuestra sociedad no es, como a veces nos pretenden vender los que creen sacar ventaja de todo esto o estar en una situación privilegiada, el afán de superación y progreso, la competencia en la competición, la búsqueda del éxito, sino la avaricia y el miedo.
Ambas funcionan como una fuerza disgregadora y destructora no solo de nuestra especie sino del entorno que habita. No buscan mejorar su condición sino asegurar su mejor condición aún a costa de los otros y de lo otro.
El cambio hacia un nuevo modelo de sociedad solo puede venir del interior del hombre. Ninguna revolución, ninguna catástrofe climática ni energética - como se está demostrando con la crisis petrolera que lleva, por ejemplo, a quitar el trigo de la boca de los hambrientos para elaborar nuevas energías asoladoras de recursos - propiciará este cambio. Tal vez estos problemas nos lleven a una aparente modificación de nuestras costumbres mientras el peligro aceche más directamente a los que actualmente llevan las riendas de este mundo (que en realidad somos todos en una especie de conciencia colectiva aparentemente encarnada en unas pocas manos, seres irreales que denominamos ejecutivos de multinacionales, presidentes de estado o "manos negras" de lobbys económicos), pero en cuanto esta amenaza tome la apariencia remitir volveremos a las mismas bárbaras maneras.
Hay que plantar semillas de la nueva sociedad del futuro. La ONU o la UNESCO deberían encargarse de eso. De crear pequeñas sociedades utópicas en determinados puntos del planeta que vayan extendiendo su influencia de manera natural. Pequeñas sociedades en las que los niños sean educados en habilidades sociales y no entrenados para "luchar por la superviciencia en la sociedad" (el entrecomillado es mío, para resaltar la idea). En la que los recursos naturales no sean "explotados" sino aprovechados, y ese aprovechamiento signifique un intercambio. Una sociedad en la que las gentes no se planteen objetivos absurdos (como explorar planetas que nunca llegaremos a alcanzar, o máquinas que hacen el trabajo cien veces más rápido y con la mitad de gente - el que crea que esto es un mérito es que no comprende nada de lo que trato de decir), sino objetivos sustentados en las necesidades. En fin, sociedades y gentes que ya han sido descritas por miles de libros despreciados por plantear modelos vitales "irrealizables", que son leídos como novelitas-caramelo para quitar el mal sabor de boca y luego volver al tajo de machacarle la cabeza al vecino por nuestro bien.
Es necesario un proyecto de vida social que regule la interacción de la gente entre sí, y de la gente y el entorno en el que habita. Pero tiene, a mi juicio, toda la razón en que este modelo social debe ser radicalmente otro que el que llevamos (el que ya se apuntaba en sus tiempos y que ya le parecía absurdamente trabajoso).
Lo que impulsa a nuestra sociedad no es, como a veces nos pretenden vender los que creen sacar ventaja de todo esto o estar en una situación privilegiada, el afán de superación y progreso, la competencia en la competición, la búsqueda del éxito, sino la avaricia y el miedo.
Ambas funcionan como una fuerza disgregadora y destructora no solo de nuestra especie sino del entorno que habita. No buscan mejorar su condición sino asegurar su mejor condición aún a costa de los otros y de lo otro.
El cambio hacia un nuevo modelo de sociedad solo puede venir del interior del hombre. Ninguna revolución, ninguna catástrofe climática ni energética - como se está demostrando con la crisis petrolera que lleva, por ejemplo, a quitar el trigo de la boca de los hambrientos para elaborar nuevas energías asoladoras de recursos - propiciará este cambio. Tal vez estos problemas nos lleven a una aparente modificación de nuestras costumbres mientras el peligro aceche más directamente a los que actualmente llevan las riendas de este mundo (que en realidad somos todos en una especie de conciencia colectiva aparentemente encarnada en unas pocas manos, seres irreales que denominamos ejecutivos de multinacionales, presidentes de estado o "manos negras" de lobbys económicos), pero en cuanto esta amenaza tome la apariencia remitir volveremos a las mismas bárbaras maneras.
Hay que plantar semillas de la nueva sociedad del futuro. La ONU o la UNESCO deberían encargarse de eso. De crear pequeñas sociedades utópicas en determinados puntos del planeta que vayan extendiendo su influencia de manera natural. Pequeñas sociedades en las que los niños sean educados en habilidades sociales y no entrenados para "luchar por la superviciencia en la sociedad" (el entrecomillado es mío, para resaltar la idea). En la que los recursos naturales no sean "explotados" sino aprovechados, y ese aprovechamiento signifique un intercambio. Una sociedad en la que las gentes no se planteen objetivos absurdos (como explorar planetas que nunca llegaremos a alcanzar, o máquinas que hacen el trabajo cien veces más rápido y con la mitad de gente - el que crea que esto es un mérito es que no comprende nada de lo que trato de decir), sino objetivos sustentados en las necesidades. En fin, sociedades y gentes que ya han sido descritas por miles de libros despreciados por plantear modelos vitales "irrealizables", que son leídos como novelitas-caramelo para quitar el mal sabor de boca y luego volver al tajo de machacarle la cabeza al vecino por nuestro bien.
Sr. Rex, (Riforfo para los amigos, imagino) le copio el verso 80 del libro del Tao, porque su entrada me lo ha recordado muchísimo:
ResponderEliminar"Si un país es sabiamente gobernado,
sus habitantes están satisfechos.
Disfrutan de la labor de sus manos
y no pierden el tiempo inventando
máquinas que les ahorren esfuerzo.
Puesto que aman tiernamente sus hogares
no están interesados en viajar.
Quizá haya carruajes o barcos,
aunque no van a parte alguna.
Quizá haya un arsenal de armas, aunque nadie las usa jamás.
La gente disfruta de su comida,
se complace con su familia,
pasa los días de fiesta en su jardín,
se deleita en los quehaceres de la vecindad.
Y aun cuando el vecino país se halla tan próximo
que oyen cantar a sus gallos, ladrar a sus perros,
están contentos de morir a edad avanzada
sin haberlo visitado jamás".
Es la versión de Stephen Mitchell, editorial Gaia. Me parece un buen programa de vida. En cuanto a Thoreau y a la gente que, según sus propias palabras, "oye un tambor distinto", yo creo que está claro que son los menos, una especie de levadura en la masa. Por eso es improbable que los imite un número suficiente de personas como para temer ninguna consecuencia; sin embargo, el sólo hecho de que su vida nos haga replantearnos la nuestra justifica su existencia y nos hace sus deudores.
Interesante cuaderno e interesantes propósitos, que son también los míos, excepto en lo de ligar, que ya he visto que no.
Mi versión, de ediciones Mandala, trad. Gia-fu Feng, José Aguado y Juan S Paz, es más sintética, aunque evidentemente, en esencia, la misma:
ResponderEliminar"Un país pequeño tiene menos habitantes.
Aunque hay máquinas que pueden hacer el trabajo de diez a cien veces más rápido que el hombre, no las necesita.
La gente se toma la muerte en serio y no viaja lejos.
Aunque tienen barcos y carruajes, nadie los utiliza.
Aunque tienen armaduras y armas, nadie las saca.
Los hombres, en vez de escribir, vuelven al antiguo sistema de comunicación con nudos en las cuerdas.
Su alimento es sano y bueno, sus ropas son excelentes y sencillas, sus casas son seguras.
Ellos son felices a su modo.
Aunque vivan tan cerca de sus vecinos que se pueda oir cantar a sus gallos y ladrar a sus perros, cada uno de los dos pueblos vive en paz mientras envejecen y mueren.