martes, 22 de abril de 2008

Angustia Vital

Me sobreviene a veces una sensación de angustia, de preocupación por algo impreciso, muy débil, muy allá en el fondo del alma (el empleo de esta palabra podría catalogar equivocadamente el texto completo) que precisamente por su imprecisión, por no poder asociarlo con ningún hecho concreto, uno tiende a magnificar, a dotar de repercusiones filosóficas: ¡oh, qué angustia siento! y cosas así.

Con la edad y la observación de estos hechos, que en mí se repiten con cierta frecuencia, cuyo periodo va aumentando con la edad, me he ido dando cuenta de que en la mayoría de las ocasiones, si no puedo hayar un hecho concreto que justifique la incómoda sensación es porque es un hecho tan banal, tan minúsculo que mi orgullo no me permite asociarlo con unas emociones tan intensas, tan infinitas, que en el momento que las experimentas tienes la sensación de que nunca te han abandonado y que durarán eternamente, atormentándote como a un dios.


Cuando por fín comprendo que si siento que la vida no tiene sentido, que compartir la existencia con el resto de los execrables seres humanos es una carga demasiado pesada que he padecido durante demasiado tiempo, que una vida carente de objetivos y pasión no vale el esfuerzo, etc, proviene del hecho de que mi coche se está estropeando demasiado y he de pensar en comprarme otro, o de que en unos días tendré que hacer un viaje o sencillamente que la profesora de gimnasia (E.F.I., me corrije ella) de mi hija es una tocapelotas con la que tendré que ir a hablar cualquier día de estos sobre su metodología, objetivos y rematada imbecilidad, entonces, aunque se me alivia la angustia, comprendiendo su causa fundamental, me domina a cambio un hastío tal que si no fuera por los libros que me distraen de ese hueco, no sé qué sería de mí.

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