viernes, 18 de abril de 2008

¿Es la muerte siempre una derrota?

Leyendo el libro este de John Krakauer, "Hacia rutas salvajes", da la impresión de que estamos leyendo la historia de uno que ha perdido, que ha sido derrotado. Este muchacho, McCandless - y otros más que se mencionan como precedentes en el libro - decidió llevar una vida fuera de los cauces normales y recibió un castigo por ello, se murió. O por decirlo de otra manera, el hecho de que se muriera de hambre allá en los bosques de Alaska demuestra que estaba equivocado.
El tipo habría ganado, habría tenido razón en llevar una vida tan poco común, si después de haber estado unos años tonteando por ahí hubiera regresado a casa con todo ese bagaje de experiencias y hubiera, como su hermana, montado un negocio propio y trabajado con tesón 14 horas al día hasta obtener "su primer millón".
No sé quién dijo aquello de "vive deprisa, muere joven y has un cadáver bonito". Es, tal vez, este el ideal de los que toman esta vía. La muerte no es vista como un fracaso sino como un contratiempo que interrumpe su proyecto de vida. Para ser justos con el muchacho el libro debería contar su historia y dejarla inconclusa, porque fue eso lo que ocurrió. Pudo haber muerto, al parecer, en el desierto, en su primera salida, y el libro hubiera tenido que ser más corto. O, si hubiera sido más imprudente, ahogadose en las aguas del golfo de California, o podría haber llegado alguien antes al autobús 142 de la senda de la Estampida. Sencillamente el tipo no contaba con la muerte, aunque esta siempre estaba ahí no era algo que le disuadiera ni le preocupara - con las matizaciones propias del instinto de supervivencia, pues tampoco era un suicida.
Desde mi punto de vista, y quiero creer que también desde el punto de vista del personaje, como realmente hubiera sido una derrota su vida es si hubiera sobrevivido y nos estuviera contando él mismo sus "increíbles aventuras" sentado en una mecedora en el porche de alguna casa junto a la de sus padres con los que se habría reconcilidado después de comprender que sus reproches hacia ellos no eran más que razones inventadas de un chico rebelde para justificar su locura.
El libro terminaría con el perro Buck ladrándole desde el jardín para que fuera a jugar con él y la madre cruzando la verja con una tarta de manzana recién horneada para celebrar su cuarenta cumpleaños. Patético. (¡ah sí, falta que todos rían al final!)

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