Voy paseando al perro y cerca de la parada de la guagua veo un papel en el suelo. Lo recojo y lo leo.
Alguien ha escrito que quiere marcharse, que lleva meses en esta ciudad y no tiene trabajo, luego menciona la eta, el grapo, frap o algo así.
Me llamó la atención el alma que tenía ese papel. Ese papel era alguien. Era la intimidad, los pensamientos de alguien. No era un papel cualquiera - de hecho pensé en guardarlo, me daba un cierto pudor tirarlo a la papelera.
Tenemos o tengo interés en la intimidad de las otras personas, en saber lo que piensan en realidad, no lo que nos dejan traslucir a través de sus controlados gestos y palabras. En conocer sus vidas normales: cuando se levantan, cuando se acuestan, a dónde van los fines de semana, no sé, parece una tontería, es más bien una visión poética de todo eso. (Recuerdo ahora que esta sensación de querer conocer o asistir a esas intimidades corrientes me sobreviene sobre todo cuando estoy en otra ciudad)
Hay una película de Wim Wenders - o varias, en realidad - que trata sobre ángeles. Estos ángeles están en todas partes dentro de la intimidad de la gente, sentados en la cocina cuando te levantas por la mañana a hacer el café, a tu lado en la cama mientras duermes, junto a tí cuando lloras la muerte de un ser querido, y al lado de ese ser en el momento de morir. Me resulta atractiva esa imagen. Tengo espíritu de ángel.
Cuando trataba de explicarle esto a los amigos, lo de que me gustaría ser algo así como invisible para entrar en las casas de la gente, enseguida malinterpretaban en el sentido lúbrico mis intenciones y ya me era imposible seguir expresando la idea.
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