viernes, 23 de noviembre de 2007

La triste historia de ser solo yo

UNO (la mayoría de nosotros; unos gozosamente y otros como un castigo de los dioses – ¿a qué dios habremos ofendido? - al estilo del de Sísifo o Prometeo) está condenado a repetir su historia porque siempre somos el mismo.

Otras versiones dictan que somos multitud, que no hay nada en nosotros que pueda llamarse, así en singular, yo. Pero algunos (tal vez la mayoría de nosotros, yo al menos) observamos decepcionados con el paso de los años que somos los ¿involuntarios? actores de las mismas tristes historias. Y que sólo los sueños nos salvan de ellas obligándolas a procrear finales felices y no los abortos a los que parecen estar destinadas. ¿Cómo explicar esa repetición si no somos - ¿la mayoría o sólo yo? - siempre nosotros, uno?

¿Cómo no voy a comprender a Pessoa, que no quería ser él, sino todos? Siendo todos, teniendo que vivir todas las historias, cómo vas a hastiarte de ti si no hay un “tí” fijo del que poder cansarse de sus repeticiones.

Hago esfuerzos, no crean. Emprendo mis viajes huyendo de mi destino – aquí el héroe al que aludo es Ulises, que a diferencia de los que mencioné arriba, no se quedó quieto, sino que luchó contra los mismos dioses y al final llegó a Itaca -. Son esfuerzos un poco más modestos que derribar a un gigante o soportar el canto de las sirenas, pero a mí me parecían grandes gestas; en cambio, para mi destino, que no ve más que molinos donde hay gigantes lo que importa es volver a casa.

Y aquí estoy en casa de nuevo. En mí, que noy soy persona, sino yo. El de siempre. El árbol infinito plantado aquí para limitada eternidad de una vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario