martes, 13 de noviembre de 2007

Sentado en una piedra, pensando...

"La realidad" es un continuo de impresiones que me llegan por los sentidos. Constantemente mis sentidos están siendo impresionados por infinitos estímulos - hasta la resolución que mi mente es capaz de discriminar, del orden de milisegundos, creo. De esa infinidad de estímulos, mi mente selecciona una mínima parte.
Los criterios de selección son físicos y a medida que mi mente evoluciona psicológicos. En la infancia el criterio de selección solo puede ser todo aquello que me satisface necesidades, pero luego voy "aprendiendo" es decir introduciendo discriminantes.
Me voy convirtiendo en lo que soy a fuerza de ir adquiriendo discriminantes personales, influido por mis experiencias, por mi familia, mis amigos, la televisión, lo que leo. Y detrás de todo, tiene que haber un sustrato, por mínimo que sea, físico que es la base de todo "yo".
A pesar del "sustrato físico" siempre hay margen para un cambio, me bastaría con forzarme, al principio, a mirar el mundo con otros discriminantes hasta que me habitúe a ellos y los haga míos. De todas maneras, como las influencias son constantes y el aprendizaje es continuo siempre hay mutaciones de esos discriminantes - limitados al redil de lo físico -

La idea que trato de expresar es que la realidad es un plano infinito mientras que nuestra visión de ella se reduce a puntos dispersos en ese plano. La posibilidad de que otra mente vea en ese plano los mismos puntos que veo yo es practicamente nula, pero ocurre que al convivir muchos de los discriminantes que vamos incorporando son muy semejantes porque las influencias que recibimos son las mismas. Al final convenimos en llamar realidad a una nube de puntos más o menos próxima en ese plano. El centro de esa nube sería poco más o menos las famosas "ideas". Todos vemos una mesa distinta pero al final podemos convenir en qué es una "mesa".



Pese a ello somos capaces de opinar con la seguridad de un martillazo sobre quién tiene razón y quién no, quién es un completo mamarracho y quién es todo un caballero, y sabemos equivocados a los otros que no piensan lo que nosotros.

No sé por qué me maravillo de tanta imbecilidad, pero me sigue sorprendiendo. La única forma que tengo de comprender que los otros no piensen como yo es que los otros mienten y tergiversan sus razones para adaptarlas a sus intereses, mientras que yo soy el único que ve la realidad tal y como es.

¿Cuanto me miento yo a mi mismo al juzgar la realidad? ¿Cuánto miento sabiendo que miento?
Cuando miento sabiendo que miento lo hago por una razón, mi falta de argumentos para defender una clase de realidad que a mí me gustaría que fuera y que no parece serlo; incrédulo, me obstino en creer que algo falla y mientras descubro el error en mi apreciación de la realidad, sigo afirmado que aquello es como afirmo que es. Yo trato de ser un tio honesto y miento poco. ¿Pero cuánto me miento a mi mismo? ¿cómo descubrirme al menos a mí en mis trampas? ¿Creo en lo que creo o solo lo creo porque me interesa creerlo?

Acabo de leer algo de un autor que no mencionaré para no condicionar la lectura que dijo que había apuntado todas sus certezas en un papel y luego había quemado el papel. Hay certezas que no deben quemarse porque entonces uno no podría salir a la calle, pero arrastramos mucho lastre, muchos condicionantes, muchas limitaciones impuestas que nos ciegan para apreciar, si no la realidad, al menos otras realidades. (Esto creo que es el fundamento de la empatía.)

A la manera de Descartes sentado en aquella piedra en el descanso de la batalla - ¿era así la escena o sólo la recuerdo así?, leí hace mucho tiempo el libro - deberíamos de vez en cuando tratar de llegar al mínimo de certezas de las cuales no podemos deshacernos, aquellas impuestas por nuestro sustrato físico y comprender luego que todo lo demás viene condicionado por dónde y cómo vivimos, no lo pensamos nosotros, se piensa en nosotros con un mínimo de nuestra voluntad. Nuestros miedos, nuestros intereses particulares no nos van a dejar desprendernos aún de parte de eso, pero sí que podríamos - si tenemos interés en ser honestos - limpiar de mucho pajullo nuestra mente saturada. Tal vez esto sea lo que se busca en las religiones orientales basadas en la meditación.

Comentario final:
Lo peor de todo esto es que más o menos creo en esto que he expuesto. Y muchas veces siento que debo sentarme en esa piedra y descomponerme en partes mínimas, eliminar lo sobrante y empezar de nuevo, como si dijéramos. Pero me tengo que levantar a las seis de la mañana todos los días, sacar al perro, ir al trabajo, estresarme en el trabajo, volver a casa, almorzar, dormir la siesta, estudiar chino, ir a comprar al mercardo, cuidar mis papas, leer todo el tiempo... ¿Sería capaz de detener este tren? ¿y luego qué? ¿Tenemos o no tenemos razón al acariciar siempre la posibilidad de esos "expedientes" de que hablaba Kierkegaard, las ganas de morirte que te entran a veces - no por morir, sino por detener el tren - o una larga enfermedad sin demasiada agonía, o que salga el puñetero número de ciegos que compro todos los viernes......

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