Me gusta la historia que cuenta Facundo Cabral acerca de un zapatero que es visitado por Jesús para que le arregle una sandalia.
Pero, no voy a poder pagarle, dice Jesús, porque no tengo con qué. Y el zapatero responde que él no trabaja por entretenimiento sino para comer, y que si lo que hace no le da de comer no le vale la pena hacerlo. Entonces Jesús le responde que él puede concederle, a cambio de su trabajo, lo que desee. El zapatero le responde, con sorna, que si podría, por ejemplo, concederle el millón que necesitaría para ser feliz y no tener que volver a trabajar. Jesús le pregunta que si es tan pobre que no le alcanza para ser feliz, y el zapatero le responde que ser feliz es un vicio muy caro.
Entonces Jesús le promete que le concederá ese millón y dos más si a cambio está dispuesto a renunciar a sus piernas. El zapatero se espanta y, con un gesto de rechazo, contesta que para qué quiere él esos millones si no va a poder disfrutarlos viajando, paseando, corriendo por el campo entre las flores y los árboles, sintiendo la arena en sus pies descalzos, nadando en el mar.
Jesús le insiste, lo multiplica por diez si a cambio renuncia también a sus brazos. El zapatero se horroriza, cómo va a vivir sin brazos y sin piernas, cómo va a acariciar, cómo va a comer, cómo va a abrazar, qué clase de felicidad se consigue sin esas cosas.
Jesús insiste una vez más, lo multiplica por cien si a cambio está dispuesto a desprenderse también de los ojos. Y sin ojos, sin piernas, sin brazos, para qué vivir, dice el zapatero. No volveré a ver a mis hijos, a mi mujer, no disfrutaré de la belleza de los atardeceres, al cerrar la tienda y volver a casa. No podré leerle cuentos a mis hijos.
¡Qué afortunado y qué ignorante eres!, dice Jesús, vives con cientos de millones y ni siquiera te das cuenta.
Años después, el zapatero se acordaba todavía de aquel mendigo que le pagó un arreglo con una buena historia.
Pero, no voy a poder pagarle, dice Jesús, porque no tengo con qué. Y el zapatero responde que él no trabaja por entretenimiento sino para comer, y que si lo que hace no le da de comer no le vale la pena hacerlo. Entonces Jesús le responde que él puede concederle, a cambio de su trabajo, lo que desee. El zapatero le responde, con sorna, que si podría, por ejemplo, concederle el millón que necesitaría para ser feliz y no tener que volver a trabajar. Jesús le pregunta que si es tan pobre que no le alcanza para ser feliz, y el zapatero le responde que ser feliz es un vicio muy caro.
Entonces Jesús le promete que le concederá ese millón y dos más si a cambio está dispuesto a renunciar a sus piernas. El zapatero se espanta y, con un gesto de rechazo, contesta que para qué quiere él esos millones si no va a poder disfrutarlos viajando, paseando, corriendo por el campo entre las flores y los árboles, sintiendo la arena en sus pies descalzos, nadando en el mar.
Jesús le insiste, lo multiplica por diez si a cambio renuncia también a sus brazos. El zapatero se horroriza, cómo va a vivir sin brazos y sin piernas, cómo va a acariciar, cómo va a comer, cómo va a abrazar, qué clase de felicidad se consigue sin esas cosas.
Jesús insiste una vez más, lo multiplica por cien si a cambio está dispuesto a desprenderse también de los ojos. Y sin ojos, sin piernas, sin brazos, para qué vivir, dice el zapatero. No volveré a ver a mis hijos, a mi mujer, no disfrutaré de la belleza de los atardeceres, al cerrar la tienda y volver a casa. No podré leerle cuentos a mis hijos.
¡Qué afortunado y qué ignorante eres!, dice Jesús, vives con cientos de millones y ni siquiera te das cuenta.
Años después, el zapatero se acordaba todavía de aquel mendigo que le pagó un arreglo con una buena historia.
Ese Jesús me parece a mí un poco demagogo. Que se corte una pierna, y así ya no le hace falta la alpargata.
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