lunes, 17 de noviembre de 2025

El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vázquez


«El ruido de las cosas al caer», en el caso de esta novela, es, concretamente, el ruido de un avión al estrellarse. Pero supongo que lo que quiere representar también es el ruido de una vida al derrumbarse. O algo por el estilo. 

Juan Gabriel Vázquez, habla de una época de la vida en Colombia, entre los setenta y los noventa. Es de suponer que después de los dos mil algo haya cambiado como para decir que todo aquello fue pasado. Lo que, al parecer, terminó esa época fue la muerte del mafioso Pablo Escobar al que mataron en 1993. Con la caída de su narco-imperio acabó una época de tensiones en Colombia que, tal y como las describe, se asemejaría a la época de la ETA aquí en España. Cuando cada dos por tres se informaba de un nuevo atentado donde, habitualmente caían militares o guardia civiles, ocasionalmente algún político y aún más ocasionalmente, civiles que pasaban por allí. Al parecer, por aquellos tiempos el tal Escobar emprendió una verdadera batalla contra los gobiernos que no le dejaban hacer, no solo ya que no les favorecieran. Y que probablemente fue lo que decidió al gobierno a solucionar definitivamente el problema. 

Se salió de madre por muchos lados este Escobar, y otro de los asuntos que menciona en el libro es el de su Zoológico con animales traídos de Estados Unidos, principalmente, sin ningún tipo de control gubernamental. Ahora sí, era un hombre del pueblo y permitía la entrada a su zoológico a sus conciudadanos sin pagar ni una perra. Las familias bien tenían prohibido a sus hijos ir a ver el maravilloso zoológico que contenía tigres, leones, hipopótamos… Pero los niños se escapaban y entraban sin permiso porque era el lugar que había que ir a ver en aquellos momentos. Años después nuestros personajes recuerdan aquella escapada. El zoológico ya es solo un despojo, hasta años después que el gobierno lo ha retomado y, con los animales que quedaron, lo ha reabierto. Algunos animales escaparon y con certeza murieron, otros se aclimataron como los hipopótamos y son un problema ecológico por su desordenada multiplicación. Dicen. 

Pero volviendo a nuestra novela. A nuestro personaje le pegan un tiro en la calle. Vinieron a por él. Después de veintitrés años de ausencia. Al poco de conocer al narrador, que siente por él una fascinación enigmática, porque el hombre, aunque busca su amistad, no llega a abrírsele. Sí, le cuenta, apenas, que hace veintitrés años que no ve a su mujer, y que está a punto de reencontrarse con ella que llega, en avión, desde EEUU. Hasta se hace una foto en un puesto ambulante, para enviársela. Después, días más tarde, le pide un extraño favor. Algún lugar donde pueda escuchar una cinta magnetofónica. Estamos en los noventa. Y mientras la escucha, llora. Ese mismo día lo mataron sin explicar al narrador por qué lloraba escuchando la cinta. El narrador se entera de un aparatoso accidente de aviación en las montañas que rodean Bogotá.

Nunca sabremos por qué matan a Laverde. El narrador, que en ese momento le acompañaba, recibe también lo suyo. Esta novela vendría a ser el ruido de su vida cayendo, tras recuperarse del atentado. Decide, para tratar de recomponerla, entender porqué han matado a Ricardo Laverde, nuestro personaje central. 

Laverde sería uno de los, podríamos decirlo así, pioneros del narco tráfico. A decir de la novela, quienes sofisticarían el sistema serían los jóvenes norteamericanos que venían a Colombia como voluntariado para ayudar en labores de asistencia a los más necesitados, generalmente campesinos. Sí, los americanos tienen o tenían un Cuerpo de Paz. La wikipedia no lo extingue. 

Bueno, la novela no generaliza esta conclusión mía. Los primero tráficos fueron de mariguana. Los muchachos del cuerpo de Paz enseñarían a los campesinos técnicas para mejorar sus cultivos, de recogida y de transporte. Ellos se encargarían de montar un transporte subrepticio –en nuestra novela, Ricardo Laverde es piloto – y venderían el material por diez veces el valor por el que se lo habían comprado a los campesinos, que de todas maneras se quedarían muy contentos de la generosidad con que eran pagados. 

Todo está expresado con mucha inocencia. Era un negocio que estaba claro, no requería demasiada elaboración y su rentabilidad era inmensa. Es de suponer que cuando se pasaron a mayores pisaron los callos a otros que también habían descubierto el filón y entonces todo se derrumba. A Ricardo Laverde lo pillan en EEUU y pasa allí más de veinte años de cárcel. Otros colegas tuvieron menos suerte y los encontraron tirados por ahí, en las riveras del Río Magdalena, con agujeros de más. 

Años después, el narrador y la hija, que nunca volvió a ver a su padre, se preguntan por qué lo mataron veintitrés años después. Y no llegan a responderse, aunque lo sospechan. 

Al principio la novela me resultó algo monótona. El personaje habla un poco de su vida y de cómo le afecta el que le hayan disparado y se haya salvado de milagro. Pasa mucho tiempo y no consigue recuperarse del shock. Eso, el derrumbe de su vida, es lo que le lleva a interesarse por Laverde: quién era, porqué lo mataron; buscando una especie de explicación a su propio estupor, a su miedo.

Creo que está bien expresada esa sensación de víctima incomprensible desde afuera. Esa sensación que tiene uno de que todo puede agredirle en cualquier momento, que las miradas de los que le rodean planean alguna forma de asalto. Que el suelo se puede hundir en cualquier momento. Supongo que todos hemos sentido algo de esto a pequeña escala. Y cómo trabaja eso en nuestro subconsciente sin que nosotros nos percatemos. Pero que los demás sí lo notan y termina por fastidiarles el que nosotros no hagamos el esfuerzo suficiente por superarlo. Se anima luego cuando el hombre inicia su investigación y nos metemos de lleno en las vidas de Laverde y de su mujer, una  norteamericana que viene con el Cuerpo de Paz. Por último, el encuentro con la hija de Laverde que completa toda historia, incluido el contenido de aquella cinta. Y final con el retorno del narrador a casa. Final abierto porque nos quedamos sin aclarar con exactitud quién y por qué matan a Laverde, y si el narrador recupera a su familia. 

---------------

Me hace falta mucha novela contemporánea americana para poner en contexto esta. A este autor no sé de dónde lo saqué. Alguien lo mencionaría y de algún modo me hice con él. Tiene de interesante, por lo menos para mí, que solo sé de esos países cuando salen en los periódicos porque ha ocurrido alguna desgracia extravagante, que habla de la vida corriente de la gente en Colombia, una vida que a lo mejor no es tan corriente, o no sería corriente para mí, según mi propia cotidianeidad, pero que con seguridad tampoco es tan caótica como vagamente la imagino. El otro autor contemporáneo que recuerdo, Fernando Vallejo, me dejó una impresión bastante penosa de Colombia. De hecho no leí más de él porque destilaba un odio y un resentimiento salvaje contra sus conciudadanos. Y alimentaba con mala baba esa visión violenta del país. No recuerdo más autores colombianos si quitamos a esa clase olímpica que todos tenemos en mente, en mi caso el bueno de don Gabriel y  Alvaro Mutis. Ninguno de ellos habla de Colombia, sino de otra cosa. 

En fin, se termina el papel, como dice el poema. Saludos. 

Post data. Me olvidaba de Fernando González Ochoa. Al que tengo que volver cualquier día de estos. Que sus lectura siempre son placenteras. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario