Siempre que leo a Juan José Saer me hago la misma pregunta. ¿Por qué escribe este hombre esta historia? Supongo que esa pregunta es la que me hago siempre cuando leo cualquier cosa, pero con muchos autores la pregunta parece que se responde sola a medida que uno va leyendo. La respuesta está en la historia que se cuenta, en algún problema que plantea, en alguna moraleja que la concluye. Otras veces es simplemente una historia. Acabo de leer mil páginas de un libro de John Irving, El último telesilla, y no me he hecho explícitamente esa pregunta. ¿Qué me ha contado? La historia de una familia. No importa mucho el por qué me la ha contado. Me la ha contado por contar una historia. Cada suceso venía a continuación del anterior, digamos que lógicamente, y así se ha desarrollado hasta el final. Estoy ahora sumergiéndome en la prosa de Proust, en La fugitiva y tampoco me hago esa pregunta. No sé por qué no me la hago. Me hago otras, como por ejemplo: cómo encaja esta historia en todo lo que ha contado anteriormente. Diré que En busca del tiempo perdido es soportable hasta Sodoma y Gomorra. Después es, recordando lo que alguien decía de la prosa de Juan Benet, «un ocho mil». Es decir, un esfuerzo inconmensurable para llegar a la cima del final del libro.
No se pregunta uno por qué todos esos desvaríos de don Marcel en torno a la figura de la fugada Albertina, se pregunta otras cosas, como qué sentido tiene todo ese desvarío tan minucioso acerca de sus propios sentimientos con respecto a la fuga de Albertina. Pero, en resumen, no me pregunto, ¿por qué escribió esa historia?, es un estilo, es una forma, en fin, lo acepto.
No es que no acepte a Saer, al contrario, ya somos casi amigos, después de cuatro o cinco novelas que le llevo leídas. Pero en todas me quedo igualmente perplejo. ¿Adónde quiere llegar? Y solo se responderme que me da la impresión de que Saer escribe por escribir, es decir, se reta a describir unas situaciones, cualesquiera, y eso es lo que sale. Me da la impresión de que las historias de Saer no tienen mayor significado que el éxito en haber podido escribir una historia que trate sobre esto que se le ocurrió en este momento. Entendiendo que a él se le plantea, no la historia en sí, sino el problema que trata de exponer con esa historia. Y que lo que importa no es el problema en sí, sino el ser capaz de escribir sobre ese problema. Sé que suena proustiano, pero no soy capaz de describirlo de otra manera. Saer escribe por el gusto de escribir. Esta frase me suena a ya haberla escrito. Yo sé que todos los escritores tienen gusto por escribir, pero no es ese el objeto de su escritura. Irving, por ejemplo, es claramente un profesional. Él arma una historia, con sus complejidades y sus peculiaridades, para él la historia es importante, y las características de la historia cumplen con determinados elementos que él sabe que forman parte de su ya reconocible estilo. Claro que le gusta escribir, pero no le gusta menos tener millones de lectores, y ser famoso por su escritura. Me gusta, pero no dejo de descubrirle mecanismos de construcción ya automatizados. Es decir, es ingeniero de la literatura, ya tiene su método de trabajo. Proust es otra cosa. Loco estaría si creyera que Proust tiene grandes esperanzas, sobre todo económicas, de su escritura. Proust tiene un plan, un proyecto, seguramente, que está relacionado necesariamente con la explicitación de la intimidad más profunda del ser humano. Cualquiera que lea a Proust, si tiene algo de paciencia, tiene que reconocerse en todos esos tiras y aflojas de su sensibilidad, aunque algo exagerados. No quiere ocultarnos nada por pesadísimo que el desarrollo sea. El libro de La fugitiva empieza cuando se entera de que Albertina lo ha dejado, páginas y páginas describiéndonos lo intenso del dolor que eso le produce, a pesar de que también no explica que hasta ese mismo día barajaba la idea de dejar marchar a Albertina, pues ya no sentía por ella el antiguo amor. Pero luego se lanza a explicar que es precisamente porque pensaba dejarla por lo que le dolió más que ella lo dejara primero, porque ahora se daba cuenta de que ese pensar dejarla era otra forma en la que afloraba su necesidad de ella. En fin, todo así.
Pero volvamos a Saer. Esta, de La ocasión, como otras de sus novelas, a mi juicio son o parten de un reto, voy a tratar de escribir una historia que … y lo que se le ocurra. Y cuidado, lo importante es el proceso de escritura. Que la prosa de Saer es casi tan minuciosa como la de Proust, pero mucho, pero mucho, más coherente, mucho mejor medida, mucho mejor trabajada (dios me perdone, que Proust será mucho Proust y más que yo lo leo traducido), y mucho más poética en expresiones e imágenes evocadas. Así como a Proust podemos atribuirle unas comparaciones de lo más extravagantes para tratar de expresar sus emociones. En cuanto a Irving, ya que lo hemos mencionado, simplemente cuenta buenas historias. Punto.
Y cuál es en este caso la historia de La ocasión.
Tenemos a Bianco que es un mentalista, un mago, o él lo cree así, que sale rebotado de Europa y llega a Argentina. Tiene la convicción de que el espíritu se impone sobre la materia. Y algunos de sus trucos así lo parecen demostrar, pero los empiristas se han puesto en su contra y han conseguido ridiculizarlo en público, así que ha tenido que huir a Argentina. Estamos en los comienzos de la nación, cuando aún se reclamaban, sobre todo, italianos para poblar aquellas vastas llanuras. Bianco espera hacerse rico en Argentina haciendo uso de sus poderes y de sus capacidades mentales, y al mismo tiempo trabajar sobre su teoría acerca del espíritu y la materia. Su primer conocido en la Argentina es Garay, un médico que ha estudiado en Europa y que está prácticamente recién regresado. Vástago de una familia importante, aunque es su hermano, con el que no se lleva bien, el que se ha encargado de gestionar los bienes.
Casi como un paso más en su planificación, Bianco se casa con Gina. Y aquí viene el problema: Bianco cree que Garay y Gina lo han traicionado. Pero no está seguro. Y esa inseguridad se vuelve una duda corrosiva cuando Gina queda embarazada. Entonces la obsesión de Bianco es conseguir una confesión de Garay, porque está seguro de que a Gina no va a poder sacarle nada en claro. Para estropearles el cuento, Garay muere, víctima de una epidemia que probablemente él propagó, sin la esperada confesión.
Ya está, esta es la historia. No hay nada. Solo esto, aparte de otras historias paralelas, sobre todo la del santito Waldo que augura el futuro en un pareado y que de alguna manera confirma, dentro de la novela, la tesis de Bianco de la superioridad del espíritu sobre la materia.
Y sin embargo, (y creo que este y sin embargo ya lo he utilizado más veces hablando de Saer, porque uno no se explica la razón), no es un coñazo de novela al estilo de Proust, a pesar de que Saer es también minucioso analizando y describiendo los pensamientos de sus personajes. Pero es que su prosa es muy precisa; si no la insultase diría que es matemática, en el sentido de que no se pierde con florituras intencionadas. Hay floritura, pero resulta tan natural y tan integrada, que uno no la distingue por separado.En la matemática también hay bellas fórmulas. La prosa de Saer no es preciosista, es efectiva y gustosa. Es decir, da gusto leerla. Cada frase está donde debe estar, ni sobra ni falta (lo que no podemos decir de Proust, por ejemplo). Cada situación descrita, parece encajar perfectamente con el conjunto, en ningún momento nota uno un pegote (yo creo que en Irving ya empiezo a notar relleno, de hecho creo que su técnica es fijar los hitos luego rellenar entre ellos) para aumentar grosor. Todo está donde debe estar. Y cuando necesita relleno, lo pone de manera descarada, bien diferenciada: aquí, por ejemplo, la historia de los Reyes magos que no encuentran al niño, que pasa por un intento de relato escrito por Garay, y la historia de Waldo, que solo marginalmente toca a la propia historia de Bianco, Garay y Gina. Este contraste entre las historias, también aporta perplejidad y uno se esfuerza en buscarle elementos en común, con lo cual dimensiona, esponja el sentido (algo mucho más vago que «significado») del libro.
En resumen, un prodigio me sigue pareciendo Saer, y continúo con mi propósito de leer toda su novela. Hasta ahora no me ha desilusionado ninguna y ya a estas alturas, casi familiares, si lo hiciera lo comprendería perfectamente, nadie es perfecto.
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