miércoles, 16 de julio de 2025

Inteligencia

 La inteligencia es un don. Me refiero a la inteligencia en grado superior. También, a veces, es una maldición, una condena si se quiere. Conan Doyle lo reflejaba bien en Sherlock Holmes: cuando no tenía casos difíciles en que ocuparse se ponía melancólico, se aburría, y ¡horror!, se ponía a arañar el violín, para desesperación de Watson. Lo de drogarse ya no recuerdo bien si pertenece propiamente a las novelas de Doyle o a las películas que construyeron un Holmes atormentado, castigado por su propia inteligencia. Un día tengo que aburrirme leyendo todo Sherlock Holmes, es un personaje que me atrae. Sobre todo su racionalismo y su falta de sentimentalismo, si no está una cosa íntimamente atada a la otra. 

Ahora leo Maniac de Benjamín Labatut que me ha descubierto otro genio incomparable, esta vez uno real: von Neumann. Yo lo conozco por el inventor del modelo de computador moderno, pero su herramienta fue la lógica y la matemática. Su aspiración, según el libro de Labatut, era llegar a matematizarlo todo, hasta la vida. Un tipo absolutamente racional que, siempre según el libro, sin embargo, al final de su vida empezó a pensar en la divinidad. Si en el ámbito racional era un monstruo – no tenía rival, y no había genio de su época que no se sintiera algo incómodo a su lado, como creerse una persona alta y que de repente se tropiece con un gigante de cinco metros – en el ámbito de las relaciones sociales era muy infantil. Y, desde luego, emociones como empatía, o hermandad con el resto de la humanidad, tenía muy poca. En general la inteligencia, al menos en el ser humano, cuando es mucha, siente una especie de pasión por sí misma. Quiero decir, y puede que sea un mito creado en torno a eso, que nos han metido en la cabeza las películas y libros como este mismo, las personas inteligentísimas, entregadas a sus labores racionales, se muestras bastante ajenas a todo lo que les rodea y que no tenga alguna relación con su trabajo,y se sienten fascinados por sus logros, son muy conscientes de su  «superioridad» . Es la típica idea del científico despistado. El conjunto de científicos que trabajó en la primera bomba atómica estaban tan fascinados en el reto tecnológico y científico que aquello significaba que no se les ocurría pensar en las consecuencias de todo ello. Solo cuando la vieron estallar empezaron a pensar en el ¡qué hemos hecho! Y sin embargo los más deslumbrantes de ellos eran genios de las matemáticas, ciencia como ninguna para prever lo que podría llegar a suceder.  Me hizo gracia, una gracia negra, un comentario que hay en el libro cuando uno de los científico comentaba, ya después del estallido, que no estaban seguros al cien por cien que el estallido de la bomba, no sé si la atómica o la posterior, muchísimo más devastadora, la bomba de hidrógeno, no fuera a quemar toda la atmósfera, es decir, a consumir todo el oxígeno de la atmósfera terrestre. Y aún así la detonaron. 

Son trabajadores incansables, los tipos muy inteligentes, así se les pinta siempre. Siempre ideando cosas nuevas, siempre planteándose nuevos retos. Von Neuman transformó una máquina de cálculo en el primer computador de programa almacenado, porque ya desde niño le asombraban las máquinas. Pero su verdadero objetivo era multiplicar la velocidad de los cálculos para alcanzar más rápido la solución para construir una bomba. Pero también se interesó por matematizar el surgimiento de la vida y la reproducción y pensó en máquinas autoreproductoras, y pensó en una teoría de juegos que modelizara el comportamiento humano a la hora de tomar decisiones en situaciones de confrontación con otro – lo que le llevó a plantearle a gobierno de los Estados Unidos que bombardeara la URSS antes de que estos llegaran a construir la bomba –. Pero, a diferencia de una persona normal, con inteligencia normal, que tienen que empujarse a sí mismas para conseguir logros, en estos genios da la impresión de que su inteligencia es la que tira de ellos y ni ellos mismos pueden frenarla. Su inteligencia procede como en avalancha y ellos solo pueden ir detrás satisfaciéndola. 

Yo me pregunto y he pensado mucho en por qué soy tan vago, y tan torpe, sin dejar de considerarme inteligente. Y creo que es porque mi inteligencia no alcanza un punto límite, un borde a partir de el cual empieza a darme satisfacciones, la satisfacción es como el reboso de la inteligencia, la mía siempre se queda por debajo. Conseguir que alcance ese borde es el esfuerzo personal que uno tiene que hacer y ese esfuerzo necesita a su vez una energía que lo impulse, un propósito, una motivación. Por ejemplo, ganar prestigio, o más concretamente ganar más dinero. En el caso de estos genios su inteligencia era ya tal desde el principio que rebosaba todo el rato autosatisfacción. Y esa satisfacción constante provoca una adicción como cualquier droga, como cualquier hábito. Entre los seres normales, a la inteligencia hay que explosionarla, como a la bomba H, con otra bomba, para que se produzca la reacción en cadena, y esta genere satisfacciones suficientes como para realimentar el impulso de seguir explotándola, esta otra bomba es la voluntad, la voluntad de ser, la ambición, cosa de la que carezco absolutamente. Esta es mi respuesta.  

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