jueves, 24 de abril de 2025

Relato de un peregrino y un señor que pasaba

 Contexto: 

Estaba ojeando un librito, Relato de un peregrino ruso, que no sé por qué  «me llegó a las manos» , dicho sea entrecomillado porque en realidad se trata de un libro electrónico, del que ya he oído hablar y que probablemente me he descargado más de una vez sin haber pillado el momento de echarle un vistazo. Supongo que con la proximidad de la SS y la muerte del más alto dignatario eclesiástico, y que por las mañanas me entretengo escribiendo mientras me tomo la leche con gofio, ascendió de las profundidades y flotó en el errático mar de la conciencia medio despierta de por las mañanas. 

El caso es que comienza con un señor orando y que recibe o lee una frase: 

 «orad sin cesar» 

— ¿Esto quiere decir que no debo buscar a nadie que dirija mi rezo sino que debo encontrar mi propio camino de oración?

— No. Eso quiere decir que debes repasar conceptos de ortografía, acentuación, tilde, etc.

— ¡Ah, claro!

—  «Ah, claro» , ¿qué?

—  «Ah, claro», que usted es el típico gilipollas que se cree más listo que los demás porque les ha visto una salpicadura, mientras ellos chapotean en el lodo.

— Al menos no confundo un nombre con un verbo. Ore usted como le dé la gana.

— A  mí la oración no me la toque.

— Siempre que cuide la sintaxis.

— ¿Se refiere a una ciudad sin servicio público de transporte individual?

— ¿Es usted siempre tan sobreactuado?

— Solo trato de mantener una conversación a un cierto nivel de profundidad.

— Pues lo primero que debería usted hacer es respetar el contexto.

— No sabía que estuviéramos interpretando un guión. ¿Qué hay, entonces, del libre albedrío?

— ¿Se refiere a la voluntad no gobernada por la razón sino por el apetito, antojo o capricho? Pues que debe ser dominado, sometido, sojuzgado por la razón bajo criterios morales.

— ¿Y quién nos dicta esos criterios morales si no es una voluntad superior que ejerza sobre nosotros un poder corrector si nos desviamos del recto camino?

— Esto es, ¿un césar, mismamente?

— Luego  «orad sin cesar» es, claramente una incitación a la anarquía.

— Y dale.

— No sé qué le fastidia tanto. Es una conclusión lógica extraída de su propia argumentación.

— Me fastidia que por un equívoco sintáctico que usted no parece advertir entre en una interpretación semántica de la que extrae un conflicto inexistente.

— Pues me he quedado igual. Ni aire en la cara he notado. ¿Quiere dejarse de sutilezas y agarrar el sacho de una vez?

— Trataré de ser didáctico: La palabra  «cesar» no lleva tilde, por lo que, siguiendo las reglas de la prosodia…

— ¿Una orden monástica, quizá?

— Antiquísima. Que se ha ido renovando y adaptando a las costumbres del siglo según estas van mudando. Ya veo que usted de gramática no está muy puesto.

— Pues me gusta mucho el teatro, no crea usted. Y he sido actor aficionado. He representado a Judas en la Semana Santa de mi pueblo.

— Supongo que de ahí le vendrá el equívoco:  «a cesar lo que es de cesar».

— No, esa línea era de Paco, el panadero, que hacía de Jesucristo.

— Y supongo que se detuvo, claro; porque es lo que tocaba.

— Lo detuvieron, cierto, y lo mataron. ¿Es que no ha leído usted el libro?

— Se habrán quedado sin panadero.

— Usted sabe que todo es ficción. No lo matamos de verdad. Menudo peso en la conciencia me llevaría yo, que, como dije, hacía de Judas.

— Sus buenas moneditas que se llevó, que le dieron para comprarse un terrenito.

— Rústico, nada más. 

— Imagínese lo que valdría ahora. Con el crecimiento de la ciudad ahora estará en pleno centro.

— ¿No nos estamos alejando mucho del tema?

— Como decía el gato de Cheshire, cuando no se sabe adónde se va cualquier camino es el correcto.

— Conoce usted a mucha gente.

— Volviendo a la gramática...

— Fuera de esa vez, la que hice de Judas, no he tenido más experiencia en teatro.

— Ggggramática, no ddddramática. El arte de hablar y escribir correctamente. Y por añadidura de leer correctamente, que es en donde usted cojea, amigo.

— ¿Cree, el señorito gramático, que cojeo en eso?

— Insistentemente. Volvamos a la prosodia.

— La orden religiosa que decía.

— No es una orden religiosa, alma de cántaro, es la parte de la gramática que enseña la recta pronunciación y acentuación.

— ¿Me va a decir usted que yo no pronuncio y acentúo bien?

— Como mínimo le voy a decir que no se fija usted bien en lo que lee. Como decía: la palabra  «cesar» no lleva tilde, por lo que siguiendo las reglas de la prosodia se ha de pronunciar acentuando la vocal «a» en cuyo caso su significado no es: emperador, jefe supremo, líder, soberano, rey; sino que su significado es:  interrumpirse, acabarse algo.

— ¡Ah, vaya! Así que  «orad sin cesar» significa…

— ¡equilicuá!

— Pues me pongo enseguida. Muchas gracias, caballero.

— Las que usted tiene, señor peregrino, y cesemos ya esta conversación.

— Ese final es kitchs y rompe con la armonía y sobriedad de la conversación hasta el momento.

— ¡Adiós el semiólogo! Y no es  «kitchs»  sino  «kitsch» .

— Como sea. Cesemos. 

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