lunes, 3 de febrero de 2025

Los Escorpiones, de Sara Barquinero


No suelo leer novela contemporánea. Cuando lo hago es porque alguien ha despertado mi atención sobre una en concreto. También a veces juego y leo al azar.  Pero por lo demás soy lector de escritores muertos. Incluso a veces me dan ganas de matar a algún escritor para ver si así empiezo a leerlo. No. Es bromita, ja ja ja. (me gusta poner lo de ja ja ja porque me hace parecer aún más psicópata todavía). En realidad tengo mi pequeño panteón de autores vivos y me atrevo poco a salir de ahí. Manuel Rivas, Luis Mateo Díez, Luis Landero, John Irving, … estos son los que ahora recuerdo, otro día recordaré otros y no nombraré a estos. ¿Quién sabe?

Alguien mencionó por la radio esta novela. Laudatoriamente, claro.  Muy laudatoriamente. Eso llamó mi atención porque no era un comentario así lanzado al albur, como se lanzan las parrafadas que vienen en la portada de atrás de los libros, este incluido, siempre entusiáticamente vacíos de información acerca del contenido. Tampoco es que dijera mucho, pero en aquel contexto, que no venía demasiado a cuento, el entusiasmo sí que contenía información. Y como a veces me da el remordimiento de no andar al paso de mis tiempos, decidí comprarlo. Me está sucediendo lo mismo con un tal Gustavo Faverón, que me ha aparecido hasta en Facebook, ya veremos a ver si me dejo convencer. 

Los Escorpiones, supuestamente son una corporación secreta con oscuros motivos de dominación de la humanidad a través de misteriosas combinaciones sonoras. En parte, el libro trabaja sobre este tema de las teorías de la conspiración. Cómo, si uno se las toma en serio, llegan a dominar tu imaginario. En ese estado cada hecho cotidiano se vuelve una evidencia de la amenaza, toda información es susceptible de ser analizada en términos de códigos secretos que revelan información clave. 

Para mí esta es la capa externa de la novela. De lo que en realidad trata es de otra cosa. Por esta otra cosa y por la primera también aciertan en alguno de los comentarios de la contraportada a compararla con La Broma Infinita de Deivi Foster Wallace. También la comparan con 2666 del igual de cansino Roberto Bolaño, esta no la he leído, y por lo tanto no puedo confirmar similitudes. 

Para resumir la de Deivi, diría que es un tratado sociológico del uso y abuso de las drogas. Y como entretenimiento envuelve todo eso en una trama terrorista acerca de un video cuya visualización deja a la gente catatónica; además de dar pinceladas sobre un entorno político que, mira tú por donde, lo acerca muchísimo al estado actual de los EEUU, con su Donald Trump y sus pretensiones de anexionarse Canadá y México. Si su próxima propuesta es segregar un estado para convertirlo en vertedero de basuras nacional, ya sabremos que ha leído a Deivi

La forma de exponerla era como muy dispersa muy fragmentada, intercalando escenas de cada una de las tramas que mantiene en el aire.  Y al final, por así decir, deja caer los platos sin darle un final adecuado al número.

Los escorpiones es, en este sentido más coherente. Hay diversas secciones, pero todas acaban confluyendo de una manera más compacta que la de Deivi. Aquí el tratado es más bien sobre la depresión y la ansiedad y las maneras como estas juventudes tan alocadas de hoy en día tienen de afrontarla: aislamiento de la sociedad y refugio en un imaginario virtual con apariencia de sociedad alternativa; abuso de drogas con una normalización que a las gentes de bien como yo nos deja pasmados – no tiene nada que ver con la locura de trainspoiting o el abuso lúdico de drogas de los setenta, es más el abuso enfermizo de los ochenta sin las consecuencias tan penosas que todos los que tenemos una edad conocimos, debe ser que el efecto adictivo de las nuevas drogas sintéticas castiga menos al cuerpo. Yo de todo esto sé lo que aprendí de fumarme un porro una vez –; intereses espurios, como tramas conspirativas, geologías alternativas, seguimiento de líderes carismáticos completamente gilipollas, etc. Ya en un texto que escribí anteriormente expresé mi sensación de desclasamiento con respecto a esta juventud que escribe historias globalizadas – no parecen tener patria ni raíces, o más bien sus raíces parecen estar en otra parte que la tierra en la que nacieron, estoy acordándome de Laura Fernández y su Connerlad, cuyos referentes están muy lejos de, pongamos por caso, un Alvaro Cunqueiro o un Juan Perucho y se va imitar a Kurt Vonneguth.

Al final, la sensación que te da es de desolación. Perfectamente coherente la sensación de nihilismo que se apodera del personaje, un tal Thomas – justificado esté porque uno de sus padres sea extranjero.  No, desde luego, un falso nihilismo de esos de, nada importa destruyámoslo todo, que siempre me ha resultado muy sospechoso de resentimiento, sino un nihilismo vacío de nada importa demasiado, que comprendo bien. Que de hecho comprendo tan bien desde el principio, yo como lector, con mi edad y mis circunstancias, quizá a otros no les pase, que todo el tiempo estoy juzgando a los personajes, es decir, incomprendiéndolos, “pero de qué van estos tíos”, tanto él como ella, atormentándose incomprensiblemente, ingiriendo pastillas y porros sin finalidad, o con la finalidad de mantenerse en un estado de atontamiento que supuestamente debería ocultar el sufrimiento que sienten, pero que en verdad lo cronifican. Uno desde fuera lo percibe claro: estos tipos se dan con un martillo en la cabeza y van al médico porque les duele. “Pues no haga así” les diría el médico, recordando un chiste de Emilio Aragón

Por otro lado te hace pensar, volviendo al tema de la depresión y la ansiedad, que precisamente esa incomprensión es una de las principales fallas en abordar este tipo de problemas en las personas que  lo sufren. Al no tener una manifestación física clara uno no puede llegar a comprender qué demonios es lo que les hace sufrir si no es ellos mismos echando más madera en la caldera de su propio sufrimiento. En este sentido tal vez la novela tenga su gran valía en describir un problema social que se va agravando, dicen a veces por la radio, cada vez más en nuestra sociedad.

En cuanto a experiencia lectora, no es una novela que me haya dejado por así decirlo en alto.  La he leído con continuidad pero un poco por obligación. Lo mismo me ha pasado, dicho sea para ponerla a la misma altura, cualquiera que sea esta, con la del Deivi. No sé si es porque les encuentro algo a faltar o porque simplemente ya me quedan fuera de generación. 

Aquí, en mi banco del parque no encajan bien ya estas novedades, me volveré a mi Saer, a mi Baroja, a mi Conrad, … a mis muertitos queridos, hasta que me entre otra vez un absurdo ansia de novedad. 


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