jueves, 21 de noviembre de 2024

Años y leguas, de Gabriel Miró

Acabo de leer Años y leguas, de Gabriel Miró. Se trata, lo que yo he leído, de un libro de viajes, un libro de paisajes más bien. El paisaje descrito es una zona entre Alicante y Valencia. El personaje, que se llama Sigüenza, recorre aquellos parajes que habitó en su juventud. Ahora, ya de mediana edad, se siente un ciudadano, un urbanícola, que mira el campo de otra manera, de una manera externa, desligado, y por eso puede percibirlo como  «paisaje». 

Al mismo tiempo se cuestiona su ser. Se cuestiona este recuerdo de sí, del sí de entonces confrontado con el que es ahora recordándose mientras mira aquellos paisajes. No se siente exactamente constructor de su ser si este ser de ahora tienen tanta dependencia del recuerdo del ser que ya fue... Supongo que es mucho más complicado que todo esto que trato de explicar. Reconozco que no comprendí en su mayor parte estas elucubraciones. Me llegaron más las simples descripciones del paisaje. 

Una cosa que me llamó la atención a este respecto; cómo, este hombre, mirando el paisaje es todavía capaz de creer que el territorio es una constante en la historia.  Dice en varios momentos que aquel paisaje contempló siglos sin inmutarse, sin cambiar. Choca porque está hablando de toda aquella zona asolada por las hordas extranjeras, el turismo, para acoger a la cual se ha construído en cada milímetro de tierra disponible. 

Hoy ya casi no  puede aplicarse eso de la inmutabilidad a ninguna parte, no solo de ese territorio sino del planeta entero, sospecho. Tal vez del centro de algunos desiertos, poco más. Por lo menos esa es la sensación que yo tengo habiendo vivido toda la vida en una isla: que no hay lugar no alterado desde el comienzo de los tiempos, que todo, cada rincón ha sido transformado y ya no es como era. Muchas veces andando por la ciudad me pregunto cómo sería todo aquello cuando aún no había edificios y carreteras, y estoy hablando de apenas diez, veinte, treinta o cincuenta años, sobre todo en Ciudad Alta. De hecho hay lugares que yo mismo he conocido antes de su transformación y que ahora tengo que esforzarme para reconocer aquellos lugares en estos de ahora. Entonces me resulta chocante esa idea de un lugar que ha permanecido inalterado al paso, no del tiempo sino de la acción humana.

Pocas impresiones más puedo añadir. Una lectura placentera, aunque me hubiera venido bien un diccionario a mano por la  cantidad de términos desconocidos relacionados con las labores del campo y con elementos del territorio que introduce y que no son nada comunes. Algunas construcciones de frases bastante enimgáticas por, supongo, poéticas. Que no suenan mal pero que por lo menos a mí no consiguen despertarme una imagen, una sensación clara de lo que quiere aludir. 

Leí a este  hombre porque en alguna parte alguien escribió que otro alguien, y ya no me acuerdo de ninguno, había mencionado a Gabriel Miró como uno de sus escritores favoritos. Un “escritor favorito” es una categoría que para mí suele tener más prestigio que un premio Nóbel o cualquier otro premio, aunque, como cualquier otro premio, también esta categoría acostumbra a adulterarse, cuando la gente cree que tener escritores favoritos es como una especie de mérito a lucir y empieza a echarse escritores favoritos arriba como medallas un general de los tiempos antiguos. 

Cuando siento sincera la favoritez, cuando la percibo descentrada en la campana de Gauss, como que me impulsa una especie de envidia y tengo que ir a comprobar la calidad de autor. 

No me ha enamorado pero tampoco me ha disgustado, es uno de esos autores de fondo de estantería que nunca tiras porque sabes que en algún momento vas a volver a él.

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