jueves, 31 de octubre de 2024

El capítulo 9 de Juan

Andaban Jesús y los suyos por esos caminos, metidos en sus discusiones. Es decir, andaban los suyos hartando ya un poco a Jesús con el asunto del pecado: que si nacemos con él o no, que si lo heredamos de nuestros padres o no, que si se extingue o no se extingue con un acto de contrición. Aprovecharon a un pobre ciego de nacimiento que echaba por allí su cuerpo a pedir limosna y señalándole le preguntaron al paciente Jesús. 

 «¿Y ese?, que es ciego de nacimiento, ¿fue él el pecador o carga con la culpa de sus padres?» 

¡Ay, Dios mío!, dice Jesús. Y les explica. Improvisando.

Pues ese es ciego de nacimiento precisamente para que en él se manifieste la palabra de Dios. Sus padres no tienen nada que ver con esto. Si tuvieron alguna culpa ya la pagaron teniendo que soportar el dolor de criar un niño ciego en un mundo como este. Y si está vivo todavía es porque lo han hecho bien.

 «Pero tiene que pedir para sobrevivir» 

Porque es el único oficio que le permiten ejercer. Y lo ejerce con dignidad. Y al final del día vuelve a casa con lo poco que ha recaudado,− que somos unos miserables, que estamos aquí hablando de él y a ninguno se nos ha ocurrido echarle una moneda, dicho sea de paso; échale algo Judas (“Echa algo, echa algo, estos se creen que hago crecer las monedas de la nada, luego ya me echarán las broncas si no queda nada para pan y pescado...”, rezonga Judas mientras rebusca lo más pequeño que encuentre en la bolsa) −, y lo comparte con los viejitos, que lo reciben con alegría llorosa, porque les duele ver sus sufrimiento… en fin, que no es esto a lo que quería llegar sino que precisamente ese ciego me viene a mano para explicarles alguna cosita, que ya es momento de la teórica.

Entonces echa un pollo en la tierra y amasándolo el polvo hace una pequeña bolita de barro. Se acerca al ciego, se inclina “perdona hermano”, y le unta en cada ojo una capita de barro. Los compadres de Jesús no reprimen algunos gestos sonoros de asco y el ciego trata de defenderse creyendo que otra vez alguna cuadrilla de gamberros se quiere divertir a su costa; se pone a maldecir y a atribuirle profesiones ingratas a cada una de las madres y padres de los presentes. Pero Jesús le tranquiliza y le explica: lávate y verás qué cutis se te queda. Pero no te restriegues, y no te laves en cualquier parte, sino en el estanque de Siloé, esa agua tiene poderes. 

El ciego continuaba desconfiando, seguramente lo mandaban allí porque se habrían meado dentro. Por bromas de estas ya ha había pasado incontables veces. No obstante el estanque de Siloé era el que más cerca le quedaba y hacia allí se fue refunfuñando, llamando cabrones y cobardes a esa partida de sinvergüenzas que no tenía mejor cosas que hacer que  putear a un pobre ciego. 

Los amigos de Jesús empezaban a reprocharle la bromita al ciego cuando este les interrumpió: “Ya les he dicho que nada de lo que hago lo hago para impresionarles ni para hacerles gracia, yo no obro por mí sino por El que me envió y debo realizar las obras que me ha encomendado mientras el día dura. Pues la noche sobreviene cuando ya no haya nada que hacer”( «¿Y eso qué demonios significa ahora?, ya se puso sentencioso » ) “Entre tanto que estoy en el mundo , luz soy del mundo”. 

 «¡Hala!, cuidado no te infles demasiado que revientas» 

Entre tanto, el ciego se llega hasta el estanque de Siloé y se lava los ojos de aquella porquería. Ya empezaba a retirarse para buscar otro sitio donde apostarse a ver si hacía la mañana, que apenas había conseguido un par de sestercios, cuando notó algo extraño. Él no podía saberlo pero ese algo extraño que notó eran reflejos del agua. Como era ciego de nacimiento su cerebro nunca había aprendido a ver, por lo que no tenía referencias para poder clasificar todos los estímulos que recibía a través de la instaurada vista,  así que se acumulaban en compartimento de “me cagondios, qué me está pasando”, y le entraba pánico al pensar qué es lo que le había hecho aquel tío en los ojos. Recibía estímulos que a falta de otra cosa él interpretaba como dolorosos, como equivalentes al calor cuando acercaba la mano o el cuerpo al fuego. Aunque no sentía ningún dolor preciso, solo se le ocurría reaccionar a la extrañeza de aquellas sensaciones con miedo, “¿qué me pasa, qué me ha hecho ese cabrón?” Y se levantó y gritaba “¿qué me ha hecho, qué me ha hecho?”. 

La gente lo paraba y le preguntaba, y él les explicaba atolondradamente que el tipo aquel de Nazareth que anda con una pandilla de pescadores, le atacó y le echó algo en los ojos, y ahora tiene la cabeza loca. 

Entonces lo llevaron ante los fariseos, porque se fiaban más de los curas que de la policía invasora, y los fariseos le preguntaron qué es lo que le pasaba. El ciego les explicó lo que le había hecho Jesús y añadió algunas interpretaciones acerca de las circunstancias en que había ocurrido: “que una panda de borrachos cabrones liderados por ese tal Jesús que anda alborotando últimamente por aquí me agarró por banda y me mearon en los ojos y ahora siento no sé qué cosas en la cabeza y solo se me quita cuando bajo los párpados y es todo muy extraño, como si me hubieran envenenado o me hubieran embrujado...”

Algunos fariseos se llevaron las manos a la cabeza y exclamaron airados: ¿PERO ESE HOMBRE IMPÍO HA ESTADO AMASANDO BARRO EN SÁBADO?, ¡ESTO ES INTOLERABLE!, otros que habían leído algunos otros libros y de vez en cuando dejaban, sin que se notara por fuera,  que su cerebro elucubrara por su propia cuenta, se dieron una explicación más científica y se sintieron profundamente interesados en el fenómeno y se preguntaba cómo un matao de Nazareth podía hacer aquel tipo de cosas.

Entonces le dijeron, ¿dónde está él? El dijo, no lo sé (Juan 9, 12)

Los fariseos, acompañados de toda la gente que se había acumulado alrededor, que en aquellos días Jerusalén era un sitio muy aburrido y la gente se reunía incluso para comentar cómo copulaban dos moscas, se dirigieron a la casa del ciego. 

Cuando llegaron, los padres del ciego se asustaron porque pensaron que algo malo le había pasado a su hijo y que ese día se iban a quedar sin almorzar − luego se sintieron mal por eso, por haber antepuesto sus necesidades a la salud de su hijo, y estuvieron arrepintiéndose mucho tiempo, sobre todo cuando ya su hijo, hecho todo un empresario, les cuidó y les atendió  bien hasta el final de su vejez; Jesús tenía razón y siempre habían sido unos buenos padres, con mala suerte al principio − . Los fariseos les explicaron, mientras el ex-ciego lloraba desconsolado sin comprender aún lo que le estaba pasando. Sobre todo aquellos fariseos que sí que habían comprendido, insistieron en interrogar a los padres: si era verdad que el muchacho era ciego de nacimiento, si no había tenido alguna vez algún síntoma de ver; no sé, si se habrían equivocado ellos y habían tomado al chiquillo por ciego, así , por capricho, y nunca le habían enseñado a ver. Alguna explicación tenía que tener todo aquello, antes que  la que no querían aceptar: que a lo mejor aquel Jesús… 

¿No será que este nos está armando un jaleo promocional para vendernos la secta de aquel nazareno?, sospechaban lo otros fariseos, irritados porque la competencia de Jesús les robaba público el sábado y sobre todo les privaba del diezmo correspondiente. 

 «¿Tu hijo no será de la secta de ese tal Jesús?, que anda pregonando que es el Mesías, menudo impío, ya le daremos mesianismo con palo » 

Los padres del ciego, temerosos como todo el mundo de las iras de la iglesia, no quisieron comprometerse; ya había ocurrido que a alguno, por simplemente dudar si no sería verdad que aquel Jesús podría ser el Mesías esperado, lo habían echado ipsofacto del templo: “vamos, no creemos, él no nos ha dicho nada; pero, ahí está, es mayorcito, pueden preguntarle a él directamente”.

Ellos le preguntaron, pero el hombre seguía llorando y gritando que qué le habían hecho, que no había derecho a que sobre su desgracia le acumularan más desgracias, que lo único que hacía es mendigar, que él no molestaba a nadie ni obligaba a nadie. ¿Qué iba a ser él de esa secta?, que como trincara al cabrón ese que le había hecho eso se iba a enterar, que él todavía, ciego y todo, podía empuñar un cuchillo. Y dicho y hecho, salió corriendo a la cocina, agarró un cuchillo y se echó a la calle sin que a nadie se le ocurriera detenerlo, al contrario, como llevaba el cuchillo apuntando hacia adelante todos se apartaban, y se perdió por aquellos callejones. 

El ciego estuvo corriendo un buen rato, milagrosamente no se tropezaba ni se daba contra los muros, evitaba a la gente tanto como la gente le evitaba a él cuando vislumbraban el cuchillo. El ciego se iba dando cuenta de que estaba aprovechando aquello que le pasaba en la cabeza, de pronto notaba un cambio sabía que había un obstáculo, y luego también sabía distinguir cuándo el obstáculo era una persona o una pared. En el fondo aquello no era doloroso, y hasta le servía para moverse con más habilidad. Sin llegar a planteárselo con claridad empezó a preguntarse si no sería eso a lo que llamarían  «ver». Y en estos pensamientos se fue apaciguando su ira y su miedo. Y entonces se encontró cara a cara con Jesús, que con su pandilla acababa de doblar una esquina. 

 «¡Anda!, pero si estás aquí. ¿Cómo va eso? », preguntó Jesús amistosamente y le dio un golpecito en el hombro, ignorando la mano que tímidamente le apuntaba con el cuchillo. Los demás se habían quedado atrás en cuanto vieron el brillo del instrumento ¡Cuidado Jesús, que tiene un cuchillo!

El ciego, al oír la palabra se acordó de lo que llevaba en la mano y lo levanto. “¿Qué me has hecho, dime, qué me has hecho?”

—Simplemente te he dado la luz, le respondió Jesús. Bueno, esto es solo mirar. Primero tendrás que aprender a mirar, y solo entonces llegarás a ver. No es cosa de un momento. 

—Entonces, ¿tú eres…

—Yo solo soy la luz, entre tanto que estoy en el mundo, la luz soy del mundo (Juan 9, 5) Si tú crees en mí empezarás a ver − terminó. 

—Entonces, creo – le dijo el ciego tirando el cuchillo. 

Al poco llegó la pandilla de fariseos rodeados de la gente;  habían estado buscando al ciego y deseando que hubiera ocurrido alguna desgracia que comentar. La gente se quedó a prudente distancia de la escena. Los fariseos, en cambio, se adelantaron.

— ¿Así que tú eres el que ha estado trabajando en sábado? – le acusaron unos.

Los otros, sin arriesgar demasiado, preguntaron entre curiosos e incriminadores: ¿cómo has conseguido hacerle eso al ciego?

—No era él el ciego, él solo no podía mirar – respondió Jesús. Un murmullo de aclamación salió de entre sus amiguetes que se prometían uno de esos duelos dialécticos en los que era tan hábil su maestro.

—¿Así que nosotros somos los ciegos? – preguntaron los fariseos, sarcásticos.

—Si de verdad fueran ciegos, podría traerles la luz también a ustedes, pero su pecado permanece en la confianza en que creen ver, y contra eso yo no puedo hacer nada.

Uuuuh, Uuuuh, ulularon los discípulos de Jesus. Lo fariseos, en cambio, se miraron unos a otros como preguntándose, ¿de qué está hablando el tío este?. Entonces apareció una patrulla de romanos que había advertido el tumulto.

“¡A ver!, ¿qué pasa aquí?, circulen, circulen. ¿No saben que están prohibidas las reuniones multitudinarias? Circulen o nos ponemos a hacer pinchitos, ¡todo el mundo para casa!”


Nota: Ya había pensado en esto


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