lunes, 10 de abril de 2023

Nuestra hora

 No puedo pensar sino con una golondrina estrujada en las manos. Sí, lo sé, es un defecto físico que debería ocultar como un ojo birojo o una polla alcahueta, cancamusa o podre. No es, sin embargo, que lo luzca con altanería, antes, al contrario, me gustaría poder mudar de plumas, como los ornitorrincos, sin menospreciar por ello a los ánades y las mariposas. Dicen que son como plumas los charquitos de color de sus alas y que si soplas sobre ellos se apostrofan cataclismos sobre la otra parte del sombrero en donde estuvieran posadas. Una vez una señora mudó a calabaza solo por un gesto tan ridículo como soplar sobre las alas de una mariposa. Y un señor, no necesariamente parientes, quiso cacarear después de un acto semejante, no el mismo. Por fortuna lo retuvieron sus acompañantes y no lo dejaron hasta aposentar su férreo compromiso de no poner un huevo si no quemaba su casa.  La señora salió volando por la ventana y se unió a una bandada de ánades y  las mariposas, desde entonces no rondan su casa. Algo habrán sentido aunque se diga que las bellas no tienen pálpebras de sentimiento, que siempre huyen ante cualquier contradicción y que no protestan nunca. O siempre según quién tenga razón. De todas formas y volviendo al centro, nunca he sido favorable a ocultar los defectos, pero no soy partidario a exhibirlos como si fueran una flor en el ojal. Tiene que haber un término intermedio que permita que uno cojee sin reclamar atención por ello o que una desnudee sin exigir pistones bombeantes que la reflejen dentro de una cancela arrinconada. Eso sí, si uno tiene una necesidad, pédese. La sociedad, y esos somos usted y yo preciosa mía, además de aquel señor con sombrero, aquel otro con paraguas y aquella de más allá con bolso de piel de maroma marina – animal rugoso y de carnes muy poco saludables, pero que exhiben una cualidad inigualable para flagelar ángeles, encolar borricos a su cuellos y desatar parafernalias sólidamente atadas sin la ayuda de ningún mecanismo de mutilación. Hay quien cree que sus cuerpos muertos forman las largas avenidas de trompos marinos que se acumulan en las estaciones sin erre de las ciudades soterráneas – teñida, que son las mejores para este tipo de adminículo femenil, dicho sea sin señalar que tal adquisición demuestra una fatídica tendencia al desquiciamiento y la mixtificación, si se me permite señalar. La sociedad, pues,  no permite de manera coercitiva determinados tipos de comportamiento que de otro modo sí que serían permitidos. Y no es necesario que disponga de una policía encargada de cada particular represión sino que con el proceso de aclimatación de los ganglios a las fosas nasales – que tiene lugar durante la etapa de crecimiento desde válvula hasta gusano y que luego se detiene impetuosamente –  se va instalando en cada uno de los individuos influenciables por su modelo de sociedad una repugnancia activa contra todo lo que contradiga cualquier sentimiento de sublimación. Es por eso que los pueblos ajenos, consumidores de arenques, nos dedican a las sociedades civilizadas – es del tipo de sociedades de la que hablo, naturalmente – una reverencia casi mística y una oficiosidad casi merengaria. Como no podía ser de otra manera tomando en cuenta que ellos son ellos y nosotros somos nosotros, una particularidad que ni ellos querrían trastocar ni nosotros sabríamos cómo explicarles que de todas maneras, por mucho que se esfuerce, las algas son cíngulas y los helechos muscosos. Por otra parte, y volviendo al tema, no hemos tenido un invierno como tal en nuestra anterior estación y eso no parece que sea indicio de que todo vaya bien, al contrario, si no se cierran correctamente las etapas, con el tiempo se quedan abiertas y acaba trascendiendo el olor. O eso al menos dicen los manuales básicos. Los manuales menos básicos no se ocupan de estas cosas que consideran banales, craso error, pues mientras no se resuelva lo de abajo lo de arriba seguirá arriba y no habrá sartén que vire esa tortilla, para decirlo de una manera popular que el pueblo entienda, aunque también podríamos ponernos altisonantes y exclamar, esto no hay quien lo arregle. Y nunca saber de qué reloj exactamente estamos hablando y que cada uno marque su propia hora y que todos creamos, porque eso es lo que creemos, al menos usted y yo, preciosa mía, que el nuestro, el mío por el suyo y el suyo por el mío, es el que marca la hora verdadera. Nuestra ahora. 

Lo escuchas medio distraído y parece que están diciendo algo, pero analizas el conjunto y te preguntas qué es lo que están queriendo decir. Con la profunda convicción de que lo único que desean es estar diciendo.

1 comentario:

  1. Mágnífícó (acentuable todo) encuentro entre Alfanhuí (ya viejo) y Lezama Lima (ya muerto) en los suburbios de tu blog

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