viernes, 4 de noviembre de 2022

Mario Verdaguer

 Copié un párrafo de La montaña mágica donde Settembrini hablaba de su causticidad refiriéndose a los habitantes del Sanatorio, y en particular al doctor Behrens, al que él llama Radhamante o algo así. Me hizo gracia porque lo asocié con El polillas. Settembrini viene a decir, a mi entender, que la malicia es una forma que adopta la crítica, y que la crítica es absolutamente necesaria para el progreso de las sociedades. 

En realidad Settembrini no dice malicia sino maldad. Pero a mí maldad me parece otra cosa y siento que a lo que se refiere es a «malicia» . Así que en mi transcripción cambié una palabra por otra.  

Cuando lo hacía pensé que quién era yo para cambiarle una palabra al autor, pero luego me di cuenta de que es más probable que a quien le estuviera cambiando la palabra es al traductor. ¿Y quién fue el traductor?, pues un tal Mario Verdaguer.


Mario Verdaguer, Mahón, 1885. 

Su tío era el poeta catalán Jacinto Verdaguer. Su padre era profesor de instituto y en ejercicio de su profesión se pasearon por toda España. Pero Mario se educó esencialmente en Palma de Mallorca. Más tarde se trasladaría a Barcelona donde trabajaría en La Vanguardia, haciendo crítica literaria. Si no entendí mal, lo hacía a las órdenes de un tal Agustí Calvet, que era conocido como “Gaziel” y que tiene muy buena fama de periodista. Hay un librito de sus corresponsalías  durante la Primera Guerra Mundial, En las Trincheras, 2009, que podría ser muy interesante.

Nuestro autor, Mario Verdaguer, debió ser un tipo con iniciativa, porque fundó una editorial, Lux, y una revista, Mundo Ibérico, donde colaboraban Almada Negreiros –el que pintó aquel mágnífico retrato de Pessoa– , Benjamín Jarnés, Gómez de la Serna, Rafael Cansino-Assens.

Se le cataloga de autor de vanguardia siendo su dos novelas más importantes en este sentido La mujer de los cuatro fantasmas, de 1931, y  Un intelectual y su carcoma, de 1934. El autor de un artículo que leí por ahí, en el Heraldo de Aragón, (bastante complicado de leer, por cierto, porque las letras suben y bajan a medida que la publicidad dinámica se inserta y desaparece), dice el autor de dicho artículo que no pudo leer ninguno de los dos, pese a que puso buena voluntad. Recomendaba a cambio la lectura de unos libros de memorias: La ciudad desvanecida, 1953, y Medio siglo de vida íntima barcelonesa, 1957. 

En uno de estos habla de un tal Pedro Luis de Gálvez que, por lo visto, fue uno de esos bohemios desharrapados al estilo de como se describen en Luces de Bohemia,  de Valleinclán. Pese a bohemio y desharrapado, muchos se ocuparon de él, desde Pío Baroja, hasta Juan Manuel de Prada que prácticamente lo hace personaje de su Las Máscaras del Héroe, 1996, libro que hace años leí con gusto, aunque siempre creí que el personaje estaba basado en Rafael Cansino-Assens

Entre las cosas que se cuentan del tal Pedro-Luis de Gálvez está que una vez que habiéndose arrejuntado con una mujer en Madrid y habiendo tenido ella un hijo que había nacido muerto, iba por las tabernas con el ataúd en brazos pidiendo limosna para poder enterrar al chico dignamente. Dicen que es una exageración de Baroja en La caverna del humorismo,1919, pero que la verdad no está lejos de eso. El periodista del Heraldo afirma que Mario Verdaguer cuenta otras anécdotas de este hombre en Barcelona, también relacionadas con pedir limosnas a base de vender sonetos dedicados. 

También se cuenta que de Gálvez fue miliciano activo en Madrid y que a él se le deben algunos fusilamientos. Esto, al parecer, se extrae de una carta  escrita por Pedro Muñoz Seca al que dejaron seco por aquellos días estos mismos milicianos, y del que cuentan que sus últimas palabras fueron: «Podéis quitarme mi hacienda, mi patria, mi fortuna e incluso —como estáis al hacer— mi vida. Pero hay una cosa que no podéis quitarme: ¡el miedo que tengo ahora mismo!». Sin embargo también se dice de Gálvez que fue la fortuna de más de uno que gracias a él evitaron su detención. 

Todo esto se lo debía a don Mario Verdaguer por el atrevimiento de cambiar una palabra en su traducción del fragmento de La montaña mágica


(*Todo esto lo he sacado de la Wikipedia déjenle algunas perrillas de vez en cuando que hacen buena labor)

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