domingo, 21 de agosto de 2022

La mujer de Strasser, de Héctor Tizón

 

Uno de esos libros que… no sé. (No gusta mucho, no da credibilidad, eso de que uno que habla de algo, por ejemplo un libro, empiece o termine o continúe diciendo, «no sé». ¡Aquí hay que tener las cosas claras, coño! ¡O se afirma o se niega, no hay medias tintas! ¿Tiene de verdad la gente las cosas tan claras? ) Me pasa muy a menudo que, en medio de la lectura, me pregunto porqué el autor me está contando lo que me está contando. Adónde quiere llegar. Otras veces no me pasa, porque se ve claro. Y otras veces más, tampoco es que se vea claro, pero no me pregunto nada; es decir, estoy completamente sumergido bajo la línea de flotación. Supongo que esas son las mejores obras de arte, esas ante las cuales no te haces preguntas, simplemente estás en ellas, las contemplas, las lees, las saboreas o hueles, y sientes una sensación de eternidad, de bienestar, de no querer volver a la superficie. 

Este es un libro de no sé. Y yo creo que el autor es consciente de, un poco, el enredo en que se ha metido. El personaje, narrador, aún no nacido en el momento de la historia que nos está contando, también declara desde el principio que 


Este libro/.../ No ha sido escrito a partir de un esquema, sino de una suma de recuerdos confusos, de la sombra de hechos proyectada a través de esos recuerdos y sentimientos que de una y otra manera se reiteran a lo largo de mi vida


Lo que quiera que eso signifique, se entiende que hay una conciencia de que algo raro, no habitual en el autor, ocurre con este texto. Solo puedo aducir la enorme diferencia con el anterior que he leído, La belleza del mundo, tan claro y preciso, tan directo y concreto. 

Algo de aquel hay aquí también, esos tramos filosóficos, que definen una idea de la existencia, la humana, en concreto – pero, no, en general – la existencia, como una sucesión de hechos, como un transcurrir, sin intención, sin propósito, ante la cual, casi por desgracia, los seres humanos estamos despiertos, conscientes, lo que nos lleva a la tragedia de preguntarnos porqué, para qué, hacia dónde. Tal vez de eso también va esta novela.

Como decía, el narrador es alguien que aún no ha nacido. Me vino a la mente Vida y opiniones del caballero Tristam Shandy, en que allí tampoco nacía el personaje, cuya vida y opiniones estábamos leyendo, hasta el final del libro. La madre es La mujer de Strasser, Hilda, y el padre, por supuesto, no puede ser Strasser, que entonces no se habría escrito la novela o sería una del tipo la saga de Los Dukay; otra de las incontables novelas que tengo pendiente leer. El padre es, supuestamente, Janos. Aunque Janos se queda y ella se va con Tilo, alguien que en la novela apenas es un fantasma que toca el acordeón. 

Resumamos. Estamos en tiempos de la segunda guerra mundial. Strasser y Hilda han huido de Alemania y han venido a dar a este remoto lugar de la selva donde Strasser ha sido comisionado para construir un puente. Debe ser arquitecto y Janos, un ingeniero. Janos le asiste en la obra. Ha venido de España, aunque no es español. Luchó como miliciano en la guerra y le sobrevienen recuerdos de aquellos horrores. Tilo debe ser uno de los indígenas que trabajan o viven entorno a la obra. Vive con su abuela que es una especie de hechicera o bruja local. La obra transcurre lentamente debido a las condiciones impuestas por la selva, la lluvia, los vientos, las crecidas del río. Strasser se muestra un hombre desesperado. Hay un claro conflicto con su señora. No se habla claro de ello. Ella le ama o cree que le ama. Él la ama, como se dice, a su manera. Pero entre ellos las cosas no van bien. Strasser bebe a matarse, se comporta como un loco atormentado. Pero a mí no me queda claro qué le reprocha a Hilda. Hilda recuerda momentos del pasado. Y sí, hay alguna infidelidad por ahí. Pero no me explica completamente el comportamiento de Strasser. También hay algo de El corazón de las tinieblas, en esta historia, ocupando Strasser el papel de Kurtz en su proceso de transformación de hombre civilizado a eso en lo que se convirtió Kurtz. En fin. La tensión sexual entre Janos y Hilda es evidente. Algunas veces instigada por el propio Strasser – creo, algo hay de eso, que Strasser tiene algunos problemas de índole sexual que le impiden consumar el matrimonio, o simplemente será que siente algún rechazo contra Hilda –. Sí, tal vez en algún momento llegó a haber algo entre ellos. El narrador así lo aclara, imputando su paternidad a Janos explícitamente.

Y bien, el puente es construido, pero todos, Strasser el primero, tienen la sensación de que aquella obra no tiene sentido, que ese puente no lleva a ninguna parte. Ha sido comisionado por el gobierno, uno de cuyos representantes viene a certificar la obra, pero la forma de referirse a todo eso es tan vaga que uno imagina una de esas obras gubernamentales hechas para figurar en la hoja de méritos para las elecciones. Strasser está dispuesto, una vez finalizada la construcción, a destruirlo, y destruirse midiéndose con Janos. Se habla mucho de la necesidad de Strasser de saber que existe, de confirmar su existencia y de ahí su desesperación sus actos brutales (una apuesta, contra una caja de cervezas, de que es capaz de pegarse un tiro en la boca). No sé, hay como un exceso de drama en este hombre, que contagia a todos los demás que tienen que soportarlo. Janos lleva también el suyo, su drama, pero es un hombre silencioso. Nosotros sabemos de su  vida porque él recuerda, no porque el cuente. Sus conversaciones con Hilda son mínimas y siempre giran alrededor de Strasser.

El puente se termina, Strasser muere en su intento de volar el puente y Hilda se va con Tilo y su acordeón. ¿Por qué con Tilo? Ni idea. Tilo es como la conciencia indígena. Una conciencia de identidad, no como los trabajadores, también indígenas, que son… simplemente son, están, viven. Cuando acaben en esta obra se irán a otra.  Nosotros, casi todos, somos esos indígenas, son la gente.

Me pregunto si leemos libros y vemos películas para identificarnos con los personajes principales y salirnos de esa comunidad, dejar de ser la gente por unos momentos y sentirnos, como busca Strasser, existir. 

Supongo que esta novela tiene necesidad de una segunda y siguientes lecturas. No da pereza pensar en ello. Don Héctor lo merece. Y es cierto, uno lo sabe al terminar de leer una novela, una primera lectura apenas se aproxima a haberla leído. Pero supongo que no todas la novelas ni pueden, ni merecen, ser leídas. Yo creo que esta sí lo merece. Se podrá o no. 

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