miércoles, 2 de febrero de 2022

Dos del dos del dos mil veintidós

 

Y la estulticia campando exultante entre las masas. 

Y ya vamos por el tercer año de pandemia, todo según lo previsto. Al principio la guerra iba a durar poco y apenas nos la tomábamos en serio, mientras los heridos y los muertos no nos caían alrededor. Tras un año ya empezamos a estar hartos y vislumbrábamos el final en cada descenso de curva. Los remisos empiezan a dejar de sentir vergüenza; parecen rebeldes contra el sistema. Valientes. Como si de verdad creyeran que todo era mentira. Las masas subyugadas, y ya hartas de tanta mascarita, tanto retiro, tanta penuria, empiezan a protestar. Los políticos hacen equilibrios entre las recomendaciones de los expertos siempre tan prudentes desde la cima de sus asépticas evidencias científicas y el barro de la cruda realidad para mantener en marcha la imprescindible máquina económica. La máquina económica renquea, aunque no deja de dar dividendos a los que reciben siempre, caiga o no caiga. Y los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres y los de en medio cada vez más tontos. Conspiranóicos, antimáscaras, acosadores twitteros, a favor o en contra furibundos de lo que sea, la teta de eurovisión o la última de Rosalía, las vacas confinadas o los independentistas. En fin. La mayoría silenciosa, o la parte silenciosa de la mayoría tratando de mantenerse como puedan, tratando de no caer, de que no les pille la mala, matizándolo todo con la sabiduría trascendental que dice que todo esto ya ocurrió y tampoco fue tan grave; y además volverá a pasar de nuevo, ¿a qué viene tanto alboroto?


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