Un espectáculo que consista en ver (y oír; oler, ocasionalmente, no siendo bien apreciado por los entendidos) defecar a un «intérprete» en recinto instituido exactamente para ello, con toda la formalidad de un teatro: con su amplio escenario ocupado únicamente, en el centro y bien iluminado, por un retrete; su telón; un patio de butacas, palcos y gallinero.
Un espectáculo muy apreciado, al menos por los entendidos; apenas comprendido por advenedizos, que, sin embargo, lo respetan como actividad de élite (que algo bueno debe tener si los ricos la aprecian tanto).
Intérpretes de fama internacional que giran por los diferentes países y compiten por prestigio en grandes festivales que se comentan profusamente en los periódicos y que dan a las localidades donde se celebran un aura cultural de primer orden. Cada uno de ellos con sus particulares perfiles que para unos son defectos y para otros, rasgos de sublimidad. Llamados genios por los más exaltados por la forma en que tienen de soltar el lastre con mayor o menor esfuerzo, con discreción o aspavientos.
Muy apreciadas las pedorretas que casi están catalogadas en todas sus manifestaciones por los críticos: el gorgoteo que precede a una baba licuada, la cornamusa que en ocasiones anuncia una ausencia de materia fecal, el redoble que va dejando escapar una pasta pegajosa, o el estallido garbancero que esparce una perdigonada por toda la vasija. De especial predilección, lo que extraña por su falta de espectacularidad, la perfecta y minuciosa «salchicha» que sale deslizándose casi con dulzura dejando un moñigo de dimensiones y densidad esclarecidas. Hasta el punto que se conservan, en el Museo Nacional del Arte del Buen Cagar, varias muestras sublimes que rozan la perfección, a juicio de los expertos y críticos más importantes, y cuyos productores han sido encumbrados a las Olímpicas cúspides de la fama.
Un espectáculo, en fin, de sábado por la noche, al que acude lo más exquisito de la ciudad ataviado en sus mejores galas y que colma el cagadero si el intérprete es de prestigio, o apenas lo abarrota si es un actor nacional. Siempre los llena aunque se trate de un aficionado local.
Como en todo espectáculo el público entra ruidoso y expectante, y se va sentando mientras comenta los aspectos de la iluminación, las características del retrete, (el intérprete y su equipo tienen potestad para determinar la forma, color medidas, etc., de la vasija. Incluso hay quien exige agua perfumada y coloreada para broche final, a pesar de que el público no llega a apreciar esto. De hecho, se considera una falta de aplomo artístico el tirar de la cisterna. Y en los concursos internacionales, está prohibido hacer desaparecer las heces, formando parte del veredicto final la inspección ocular del resultado).
Poco a poco el público se va silenciando. Es un público muy disciplinado, consciente de la alta concentración que requiere el intérprete y de la sutilidad de algunos de los efectos sonoros (otra de las características a tener en cuenta en la elección adecuada de la vasija), y tras algunas toses finales un manto de disciplinado silencio cae sobre el teatro. Entonces hace su aparición el intérprete. Aplausos cerrados, magnificados según la notoriedad del artista, que terminan en el justo momento en que este se sitúa, en pie aún, delante del cuenco fecal, saluda con una leve inclinación y se lleva las manos al cinturón. (El intérprete va correctamente vestido de frac. No es baladí el gesto de bajarse los pantalones, luego los calzoncillos y a continuación extender la cola del frac adecuadamente para que no caigan dentro de la vasija ninguna de sus dos bandas; todo ello sin hacer una exhibición descarada de las partes pudendas) Entonces pueden escucharse unos levísimos, ¡aaah!, emocionados desde el público. Y empieza el espectáculo.
Al principio todo es silencio. Si se alarga mucho, no es extraño escuchar alguna tos de disconformidad. Lance mal recibido es la emisión por parte del intérprete de algún gemido que denote esfuerzo para convocar el evento. El cagar más apreciado es el que no se hace esperar demasiado, ni se precipita, el que no se obliga. El más celebrado es el que se anuncia con pompa y exaltación, aunque en esto hay gustos. Hay quien aprecia más un sonido arrastrado, gutural, licuado, y hay quien prefiere los golpes secos, limpios, airosos. Todos celebran con aplauso un chapoteo perfectamente definido por considerarse la expresión más exacta del acto. Sin embargo los heterodoxos, sin despreciarlo, prefieren otras formas de emisión menos canónica.
El espectáculo finaliza con un suspiro del intérprete o bien un prolongado silencio que determina la discontinuidad. Intérpretes hay que saben sorprender al público en este último momento emitiendo un, así llamado por imitación de otras artes, bis, que si consigue prolongarse medianamente es signo de dominio en este arte. Aunque últimamente hay demasiados que parecen haber aprendido la técnica y se está volviendo ordinaria.
El aplauso final determina el éxito, claro. El intérprete no se limpia ni se levanta hasta que no se ha cerrado el telón. No forman parte del espectáculo, las abluciones anales ni la higiene del intérprete en general. Si el público lo exige con la duración de la ovación, el intérprete, ya correctamente aseado y engalanado, sale a saludar. El número de salidas escala la satisfacción del público.
Solo algunos pocos admiradores e, indefectiblemente, los críticos, pueden acercarse a observar el resultado para dar cuenta del broche final el acto. Algunos intérpretes, sobre todo aquellos que ya están instalados en la fama, no se arriesgan a esta confirmación final y prefieren tirar de la cisterna antes de correr el riesgo de una mala crítica que manche la brillantez del acto.
El público desaloja la sala comentando el espectáculo y llena los restaurantes de la zona en la esperanza de tropezarse con el intérprete.
Al día siguiente aparecerá en los diferentes medios la crítica del espectáculo que establecerá definitivamente el éxito o condenará al fracaso la obra.
Es interesante esto que propones. ¿Por qué el arte es arte? ¿Rascar una tripa de gato sobre una madera hueca mejor que cagar? Cuestión de gustos.
ResponderEliminar¡Animalista! El Hombre es el siguiente nivel. Tú te has quedado en el estadio anterior.
ResponderEliminarY aún debe ser superado. Este tío es un lastre.
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