lunes, 20 de enero de 2020

Lo que opino y lo que creo

Me preocupa eso, la distancia entre lo que creo realmente, expresado en mis actos y consideraciones profundas que los motivan, y lo que digo y creo que creo, expresado en mis opiniones.
Sin considerar la cobardía, que también me hace obrar en contra de mis profundas creencias, pero en este caso por una especie de imperativo de supervivencia que considero fuera de mi control, al menos fuera de mi control inmediato (en la segunda salida probablemente lo haré mejor). O la pereza, que, a este efecto, es una especie de cobardía de acción, una desmotivación por desesperanza (esta es más bien mi clase de pereza).
Hay que indagar, como dice Juan de Mairena, en cuáles son nuestras creencias. No las que ostentamos en palabras para lucirlas como dibujos en una camiseta y que les den un «me gusta» en el facebook, sino las que rigen nuestras consideraciones, nuestras decisiones, nuestras acciones. Aquellas que cuando nos las ponen en evidencia, si contradicen lo que opinamos, les buscamos elaborados argumentos que pretenden eludir la contradicción; o, simplemente, nos enfadamos y decimos que tampoco somos perfectos, que también tenemos derecho a darnos un homenaje, que no somos santos. Pero también las otras, la que denotan que coincidimos en nuestras acciones con lo que pensamos conscientemente. Que nos hacen sentir puros, íntegros, santos varones o hembras.
Debemos atrevernos a asumir nuestras incoherencias, pero no para perpetuarlas: cambiar nuestras acciones o bien cambiar nuestras opiniones. Deshacer el nudo, si es posible y no hacerlo desaparecer dándole la espalda. Cortarlo, al más puro estilo Alejandrino. Si soy así, que así sea.
Todo esto, claro, si queremos ser honestos y que nos perciban honestos y confiables. Si tenemos algún interés en nosotros, en cambiar a mejor, o en ser diferentes porque ya estamos hartos de ser como somos y que nos pase lo que nos pasa. Si no estamos repantigados en nosotros mismos y ahí me las den todas y, cuando duele, quejarnos amargamente.
Que, a veces, dan ganas de decirnos, ¡Coño, levántate y anda!, como un Cristo cualquiera a un Lázaro muerto.

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