viernes, 8 de marzo de 2019

Un batiburrillo con la imaginación como centro de alabanza

Lo que va del dicho al hecho es lo que va de una luminosa esperanza llena de imprecisas resonancias placenteras al cuerpo aplastado contra la acera que se ha mostrado incapaz de volar. Dicho así, en tono poético, entendiendo por poesía la definición que da Ember Bey en la novela La mujer de Rojo de Orhan Pamuk de aquello que expresa lo que pensamos pero que somos incapaces de transcribir con palabras. Cierto que la poesía son palabras, pero palabras imagen, palabras sugerencia, palabras resonancia. En poesía dos más dos no tienen por qué ser cuatro, sino desesperación o aburrimiento; también asombro, por qué no.
El dicho es una proyección de la imaginación, una expectativa basada en un modelo interno elaborado más con deseos y aspiraciones, sueños, fantasías, que con la materia concreta de la realidad. El dicho todavía no ha atravesado la superficie que separa los dos medios. Cuando se ve en el otro lado cayendo y sin alas, agita los brazos, patalea,  grita, “no era esto”, y cae tropezando contra el malentendido de las palabras y choca catastróficamente contra el suelo del entendimiento de los otros. Siempre es así para los que aún no hemos conseguido dominar esta transición. Estas palabras que yo aún percibo con alas y colores, quién sabe cómo están cayendo ahí fuera en lo gris.

Creo que la mejor de las razones para estar vivo es que sin vida no hay imaginación. La imaginación es cuerpo intentando trascender. Los mundos de la imaginación podrían ser pero nuestra obstinación como humanos no nos permite alcanzarlos, nuestra lastimosa sumisión a lo concreto, a lo animal, nos lo impide. Está ahí, al alcance de la mano, en cada libro, en cada canción, en cada poema, en el sueño, en la contemplación de un paisaje o un cuadro, en las emociones efímeramente infinitas que alguna vez hemos experimentado. O en el simple deambular de Riforfo por  mi mente. ¡Quién fuera él! ¿Y qué me lo impide? No. No es solo yo. Es la realidad que es incompatible con todo eso. Y yo soy real. Aunque mucho menos verdad (y pongamos que esto es una nueva definición de verdad)

Eso, supongo, es «perseguir un sueño» ir detrás de una fantasía en el mundo real. Guardarse las certezas con que te golpea el mundo, el miedo, el dolor, hasta el hambre y la sed, en los bosillos de atrás y seguir avanzando con los ojos llenitos de... no ayer,  siempre,que es el adverbio perfecto de este nuevo imposible mundo. La imaginación no tiene tiempo. Por eso te sientes lleno de infinito algunos instantes. Y otras veces, de signo contrario, te ves inmerso en un detenido vacío sin solución ni horizontes.

La realidad es cruda, poco elaborada, o tal vez es que ya está gastada cuando llegamos a ella a los ocho, diez, con suerte catorce años. Algunos saben entrar en ella como cuando sales a la calle en uno de esos tórridos días de verano, que te envuelve un desagradable aire caliente al abrir la puerta: se dicen, “esto es lo que hay” y cierran detrás. Otros, menos aptos, nos pasamos toda la vida murmurando para nuestros adentros, pero que se oiga –qué otra cosa es esto que estoy escribiendo–, “tiene que haber algo más, tiene que haber algo más”, mientras bamboleamos el cuerpo adelante y atrás como autistas. Supongo que de ahí nuestra condición de raros. Es que no lo hemos aceptado todavía.

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