martes, 4 de diciembre de 2018

Singularidades ausentes, ¡ay!

Sinceramente, cuando leo los titulares de la mayoría de las entrevistas de algunas revistas de orientación literaria, me digo: no sé por qué quiero ser confundido con toda esa panda de gilipoyas (así, con y griega, porque me parece más natural). Lo digo porque a veces siento pena de mí, de no disfrutar de esa atención por parte de los otros, esa pequeña relevancia que parece que nos ayuda a creer más en nosotros mismos, a tener más confianza en el lugar que ocupamos, en el resultado de lo que hacemos; aunque no hagamos nada, que muchas veces somos como el personaje del chiste que le pedía a Dios que le concediera un premio de lotería  pero no se le ocurría que primero tenía que comprar el número.
Pero después me pienso, o me oigo, o me leo con percepción de otro, que me pasa mucho esto de percibirme desde fuera como si yo fuera otro de mí, y, por ciero, casi nunca el resultado es satisfactorio, salvo en algún que otro texto, entre los que no voy a incluir, por cierto, este, por no entrar en una dinámica excesivamente autoreferencial, y me doy cuenta con horror de que yo también soy uno de esos gilipoyas que digo, y que probablemente pienso las mismas o parecidas gilipolladas (esta, en cambio, me gusta con elle, no sé, caprichos de gusto), y que también las digo con orgullo, como ellos, como si estuviera sentando cátedra o arengando a los discípulos, o como si gritara en el desierto mis razones ciertas que la plebe embrutecida es incapaz de comprender, y que si a mí, como a ellos, no me parecen estupideces, generalmente estereotipadas, que se repiten incansablemente, que repetimos incansablemente todos los que en algún momento creemos tener razones para odiar el mundo porque el mundo no nos valora como nosotros nos merecemos, es solo porque las digo yo, y porque me las creo de verdad si es que de verdad las digo creyéndolas y pesan en mi ser, por decirlo poéticamente, refiriéndome a que las creo fundamentos de mi pensamiento y de mi comportamiento vital y cotidiano, o no me las creo pero las digo irresponsablemente porque suenan bien y eso es lo que en el momento de decirlas me parece más importante.
Y, en resumen, que pienso que diga lo que diga, digan lo que digan, nada se salva de esta dialéctica cerrada, circular, o esférica, donde solo lo que yo digo tiene la validez de que lo he dicho yo y sé las razones por las cuales lo he dicho, y en cambio lo mismo expresado por otros suena irremediablemente falso, flagrante mentira o inconsciente falsedad de un gilipoyas que es incapaz de mirar con un poco de lucidez el mundo que le rodea.
En cualquier caso, hay tanta carencia de singularidad.

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