viernes, 7 de diciembre de 2018

La muerte de (el libro de) Knausgard


Pues me acabé el libro de Karl Ove.  Y sigo sin comprender las razones por las que lo escribió. No fueron, ciertamente, las de tratar de comprender al padre, explicarnos por qué un hombre normal, un padre de familia, profesor de instituto, acaba muriendo como muere ese hombre. La única conclusión apenas perceptible del libro es la comprensión del propio Karl Ove acerca de que tenía a su padre muy metido dentro; a pesar del rechazo que experimentaba por él, muchas de las cosas que hacía lo tenían como referencia. Las inexplicables lágrimas vertidas, a mi juicio, solo pueden provenir de la necesidad de un padre, que ahora ya, definitivamente, estará insatisfecha.
Ese  párrafo final acerca de lo que es la muerte, me parece a mí que es, también importante, pero más racional, más para, eso, dar una razón a la escritura de este libro.
Así que cierro el libro, me lo meto en el bolsillo, llamo a Poncho y emprendemos el regreso. Se oyen los gritos de los entrenamientos en el Pepe Gonçalvez. Nosotros subimos hacia la Avenida Escaleritas por el parquecillo que hay enfrente.
Un anciano empieza a bajar las escaleras, a un lado el bastón, al otro la barandilla. Cada paso es dado con una lentitud minuciosa. Me ofrezco, mira tú qué jechura, a ayudarlo. El anciano me mira, luego mira hacia adelante, hacia abajo y continúa su proceloso descenso.
– No, gracias, muchacho, no hace falta. No tengo prisa por llegar a ninguna parte. Nadie me empuja. Esa, solo espera –dice señalando con un gesto de la cara hacia atrás. Miro hacia atrás, pero no hay nadie.
» Todo lo más –continúa– hace tintinear las llaves. No sé para qué lleva unas llaves. Pero las hace tintinear. Y pese a mi sordera las oigo perfectamente. Y oigo perfectamente cada grano que cae. Y sigue cayendo, y no se acaban nunca. Que si no fuera por esta artrosis y el dolor de cadera le aflojaba un bastonazo a esa puñetera clepsidra que ibas a ver tú si se acababa o no se acababa todo de una vez...
Así siguió bajando y hablando y bajando. Poncho y yo lo miramos un buen rato. Dejamos de entender lo que decía. Me aseguré que llegaba sano y salvo al siguiente descansillo y luego continuamos escaleras arriba. Vamos Poncho. A ver si miramos qué vamos a leer ahora.

Postdata: Voces de Chernobyl, de Svetlana Aleksiévich

1 comentario:

  1. Creo que esta entrada tuya la leí hace tiempo. Como me da pereza la voy a comentar sin volverla a leer (o sin haberla leído nunca si estoy equivocado).
    La cosa es que sólo he leído fragmentos de la novela de este hombre (es una sola, creo, lo que pasa es que la parten en trozos para darle tiempo a crecer a los árboles de donde sacan el papel) y el kid de la cuestión está en un comentario que salió en casa de unos amigos.
    Al parecer en Noruega o por ahí arriba uno de los programas televisivos de gran audiencia consistía en una cámara fija con la imagen de las llamas en una chimenea. Así todo el rato.
    Si no es verdad, debe ser reflejo de la realidad o algo parecido. Total, que aunque a nosotros nos parezca que leer estas novelas es un tostón ( o ni siquiera, es seguir un hilo que ni nos aporta nada ni nada ni nos lleva a ninguna parte) frente a la alternativa de mirar llamas es francamente entretenido .
    Otra cosa fuera si telecinco emitiera en noruego o inglés con distribución satelital planetaria, entonces, el Ove este no vendería un libro y el planeta de achabacanaría aún más rápidamente, si es que es superable la velocidad de la luz, que parece que no.

    ResponderEliminar