Piensa en la luz. Una luz tácita, esdrújula, ¿vale? Ahora percibe el color que da esa luz en las cosas, ¿no te parece níveo, casi obsceno? En cambio, cierra los ojos fuerte, piensa en la noche picuda y alegre, llena de retazos ocre y casi táctil. Siéntete envuelto como abrazo de carne podre y cálida. Ahora mezcla ambos aromas, no la luz o la falta de ella, sino a lo que huelen. Ese olor sucio, erótico, terne como ángel cogido en falta por el mismo Dios que lo sorprende extasiado acariciándose las nalgas con las plumas suaves de sus alas en un goce ignorado. Pues eso precisamente, si alcanzas a verlo, eso que se va si respiras fuerte o te distraes con una paloma, eso que si lo miras de frente nunca existió, eso es lo que digo,... no sé si me entiendes.
Es fácil juntar palabras y que parezca que dicen algo. Y hasta es fácil asignarles un significado una vez escritas. Un significado críptico, sugerente. Ese no es, pues, el mérito. El mérito es convencer a los otros de que este traje, de la más finísima tela, tan delicada y hermosa que los tontos, los idiotas, los incapaces, no pueden apreciarla, te vestirá regiamente hasta provocar la admiración de todos.
Es fácil juntar palabras y que parezca que dicen algo. Y hasta es fácil asignarles un significado una vez escritas. Un significado críptico, sugerente. Ese no es, pues, el mérito. El mérito es convencer a los otros de que este traje, de la más finísima tela, tan delicada y hermosa que los tontos, los idiotas, los incapaces, no pueden apreciarla, te vestirá regiamente hasta provocar la admiración de todos.
Traje de sastre. Traje desastre.
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