Leyendo a Gandhi: la ley del Karma dice que lo que el hombre siembre eso recogerá. Dios hizo la ley y ya no le hizo falta intervenir más.
Automáticamente pienso que no toda siembra da sus frutos. Eso lo sé seguro. Aunque no sé si es un apartado de la ley del Karma. No obstante no lo invalida, pues sigue cumpliéndose que si plantas puerros no esperes que te broten calabazas, lo peor o mejor que te puede pasar es que no te salga nada.
A veces es difícil saber qué es lo que uno está plantando. Muchas semillas se parecen entre sí, al menos a un ojo no experto. ¿Y qué ojo hay experto en la vida? Nadie, que se sepa, la ha vivido dos veces para para asegurar a otro qué es lo que viene a continuación.
Yo diría que en esos casos, cuando uno no sabe muy bien qué está plantando, lo mejor es no plantar nada. No se trata de no correr riesgos. Bien por los riesgos cuando tienes el empeño de ir a alguna parte. Pero la metáfora de la semilla desconocida no apunta precisamente a que tengas un propósito definido.
En Industrias y Andanzas de Alfanhui de Rafal Sánchez Ferlosio, los niños le llevaban a la abuela los huevos que se habían encontrado por el campo. La abuela tenía por costumbre ponérselos en la falda frente al brasero y no se movía de allí en veintiún días o hasta que los huevos eclosionaban. Al cabo de ese tiempo los niños iban a recoger sus frutos. La abuela siempre sabía qué niño le había llevado qué huevo y, ¡ay! del que rechazara lo que el huevo había dado: si era pajarillo, pajarillo, si era lagarto, lagarto y si era culebra, culebra. Si alguno rezongaba, ese no era admitido el año siguiente. Cada uno tenía que asumir su responsabilidad con el huevo que había encontrado.
Si no tienes un propósito, le digo yo a mi hija, si no sabes de qué es el huevo, acepta lo que te venga, porque la vida te está diciendo algo. Si tú no tienes un propósito, deja actuar a la vida porque ella sabe lo que te conviene y conoce tu ritmo. Ella sabe más que tú de ti. Solo si quieres ir más rápido o no te gusta el camino que te propone, decide y actúa. Ella no sigue tus deseos. Sino tu conveniencia.
Estás donde estás porque tu comportamiento te ha llevado ahí. Eso es la vida actuando. Los que toman muchas decisiones creen agarrar a la vida por los cuernos. Pero hay que tener muy claro hacia donde llevarla, por qué y para qué de tus decisiones, para controlar ese bicho impredecible.
La vida también es como ese demonio de las películas, engañoso, artero, que te ofrece riquezas y poderes a cambio de bagatelas: tu alma; y cuando has firmado descubres que lo que él llamaba riquezas y poderes no se ajusta ni un pelo a lo que esperabas.
Yo abogo por la inacción. No te muevas si no quieres ir a ningún sitio. Ya se te ocurrirá algo en el reposo. Pero mientras tú estás quieto, la vida te mueve, flotas en la vida por el río. Confía y hazle caso cuando te diga que saltes. Estate atento. Y relájate tampoco es demasiado importante. Si le das órdenes, ten la seguridad de saber lo que quieres. Porque a lo peor te lo concede.
Automáticamente pienso que no toda siembra da sus frutos. Eso lo sé seguro. Aunque no sé si es un apartado de la ley del Karma. No obstante no lo invalida, pues sigue cumpliéndose que si plantas puerros no esperes que te broten calabazas, lo peor o mejor que te puede pasar es que no te salga nada.
A veces es difícil saber qué es lo que uno está plantando. Muchas semillas se parecen entre sí, al menos a un ojo no experto. ¿Y qué ojo hay experto en la vida? Nadie, que se sepa, la ha vivido dos veces para para asegurar a otro qué es lo que viene a continuación.
Yo diría que en esos casos, cuando uno no sabe muy bien qué está plantando, lo mejor es no plantar nada. No se trata de no correr riesgos. Bien por los riesgos cuando tienes el empeño de ir a alguna parte. Pero la metáfora de la semilla desconocida no apunta precisamente a que tengas un propósito definido.
En Industrias y Andanzas de Alfanhui de Rafal Sánchez Ferlosio, los niños le llevaban a la abuela los huevos que se habían encontrado por el campo. La abuela tenía por costumbre ponérselos en la falda frente al brasero y no se movía de allí en veintiún días o hasta que los huevos eclosionaban. Al cabo de ese tiempo los niños iban a recoger sus frutos. La abuela siempre sabía qué niño le había llevado qué huevo y, ¡ay! del que rechazara lo que el huevo había dado: si era pajarillo, pajarillo, si era lagarto, lagarto y si era culebra, culebra. Si alguno rezongaba, ese no era admitido el año siguiente. Cada uno tenía que asumir su responsabilidad con el huevo que había encontrado.
Si no tienes un propósito, le digo yo a mi hija, si no sabes de qué es el huevo, acepta lo que te venga, porque la vida te está diciendo algo. Si tú no tienes un propósito, deja actuar a la vida porque ella sabe lo que te conviene y conoce tu ritmo. Ella sabe más que tú de ti. Solo si quieres ir más rápido o no te gusta el camino que te propone, decide y actúa. Ella no sigue tus deseos. Sino tu conveniencia.
Estás donde estás porque tu comportamiento te ha llevado ahí. Eso es la vida actuando. Los que toman muchas decisiones creen agarrar a la vida por los cuernos. Pero hay que tener muy claro hacia donde llevarla, por qué y para qué de tus decisiones, para controlar ese bicho impredecible.
La vida también es como ese demonio de las películas, engañoso, artero, que te ofrece riquezas y poderes a cambio de bagatelas: tu alma; y cuando has firmado descubres que lo que él llamaba riquezas y poderes no se ajusta ni un pelo a lo que esperabas.
Yo abogo por la inacción. No te muevas si no quieres ir a ningún sitio. Ya se te ocurrirá algo en el reposo. Pero mientras tú estás quieto, la vida te mueve, flotas en la vida por el río. Confía y hazle caso cuando te diga que saltes. Estate atento. Y relájate tampoco es demasiado importante. Si le das órdenes, ten la seguridad de saber lo que quieres. Porque a lo peor te lo concede.
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