miércoles, 5 de abril de 2017

Las cosas que NO me pasan cuando voy al cine.

Está en marcha en Las Palmas el 17 Festival Internacional de Cine. Voy procurando algún hallazgo, como en ediciones anteriores he tenido la suerte de encontrar: Sion Sonno, o Raul Perrone. Por el momento, nada que me haya impresionado hasta ese extremo. Sin embargo mi imaginación solitaria, se dispara con sorpresas inesperadas.

Al encenderse las luces de la sala observé que la chica que estaba sentada a mi lado – entró tarde, a oscuras, y me había obligado a levantarme para dejarle paso – era la misma que en la sesión de ayer se había sentado delante; antes de sentarse se giró hacia mí mientras se quitaba el abrigo y como nuestras miradas se cruzaron nos saludamos, ella sonrió acogedoramente.
Tratando de pasar desapercibido la miré de reojo, pero me pilló el gesto y me saludó:
– Hola. Otra vez coincidimos.
– Hola. Sí, va a ser que tenemos los mismos gustos cinematográficos.
– O que estamos igual de locos, porque mira que era raro esto que nos acabamos de tragar.
– Yo vengo buscando precisamente eso. Para ver normalidad salgo a la calle que me resulta más barato.
– Tienes razón.
Y, claro, salimos juntos de la sala. Al principio en silencio, pero luego noté que quería decir algo y como que no se decidía. Al fin arrancó.
– La verdad es que te he observado. Vas siempre leyendo mientras caminas. Y cuando llegas a algún sitio y levantas la vista, tu mirada parece velada, como si aún siguieras dentro.
– Dentro de qué.
– No sé, donde quiera que andes. En esa otra dimensión a la que te llevan las páginas del libro. Por cierto, ¿qué lees?
– Todo lo que pillo. No soy muy selectivo.
– Me refiero a ahora mismo.
– Ah, esto es un libro de … poemas, serán.
– ¿No lo sabes?
– No muy bien. ¿Frases cortadas a mitad que siguen debajo son necesariamente poemas?
– No soy experta en arquitectura literaria.
– Yo tampoco. En cualquier caso, se trata de un poeta, por lo visto, canario, exiliado y enterrado ya en Costa Rica. Me gustan las cosas acerca de las que reflexiona y la manera de hacerlo.
– ¿Y qué cosas son?
– Pues... el ser, la identidad... lo típico.
– Ajá. Lo típico.
– Pues aunque lo parezca no me considero despistado. Estoy muy atento a lo que pasa, no te creas. Aunque, a decir verdad, no me había percatado de que me estuvieran observando.
– Soy muy discreta. ¿Vas a la siguiente sesión?
– Hoy  no tenía previsto nada más, pero si me sugieres alguna otra película rara, lo puedo reconsiderar, no hay que desdeñar los consejos del azar.
– Estefanía.
– ¿Qué?
– Mi nombre, que no es Azahar, sino Estefanía.
– Dije az... Vale. Una manera muy astuta de introducir la cuestión de las presentaciones. Yo soy Riforfo.
– No podía ser menos, tipo raro, nombre raro.
– Eh, que mis padres lo eligieron con un cuidado exquisito.
– Suerte que no fueron también mis padres o a estas alturas yo me llamaría Estofado.
– Pobres viejitos, están quedando fatal. Discúlpalos, ellos no tuvieron la culpa  de vivir en unos tiempos tan oscuros.
– Pues volviendo a lo de antes, yo tampoco tenía previsto ver otra. La siguiente sesión termina ya demasiado tarde para mí, al menos entre semana.
– Pues, nada, hasta que coincidamos de nuevo... Yo me voy a tomar una cervecita antes de regresar a casa, que tengo la boca seca del paseo lector.
– A eso me apunto. Vamos, si no tienes inconveniente.
– Al contrario, has picado el anzuelo tan sabiamente tendido.
– Es que el engode estaba muy bien elegido.
– No puedo decir que sea un veterano pescador.
– Ni yo que sea una inocente pescadilla.
– Entonces encajamos bien, mi falta de experiencia la suple tu sobra de malicia.
– Tampoco me sobra tanto.
– Me estaba haciendo ilusiones.
– No te cortes.
– Tanta predisposición me hace sospechar. ¿No serás una de esas psicópatas que seducen a hombres maduros con sus juveniles encantos para acabar asesinándolos follando hasta matarlos?
– No. Solo soy lo que aparento.
– Si me permites, el que debe decidir lo que aparentas, en este caso concreto, al menos, soy yo, y soy una persona con una imaginación exuberante.
– Pues para concretar, me temo que no soy ninguna psicópata, por el momento.
– Vaya. Soy un hombre sin suerte.
– Ahora que... si no te importa quedar simplemente herido.
– Eso despliega nuevas posibilidades nada desdeñables, como que debas intentarlo todas las veces que haga falta hasta lograr tu maléfico objetivo.
– Tengo una voluntad de hierro. Cuando me empeño en algo puedo ser muy persistente.
– Yo soy una víctima fácil. Me entrego sin lucha.
– Eso le quita emoción a la aventura del crimen.
– Pues lucharé, lucharé.
– Pues arreglado, ¿firmamos un contrato o algo?
– Un beso bastará, somos personas honorables. 

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