No me merezco mi desprecio. Y no me los merezco porque yo todo lo que hago lo hago por mí. Desde lo más sublime hasta lo más degradante, si es que se puede llamar así a alguna cosa que haga, que lo dudo, porque yo me respeto muchísimo; todo lo hago por mí. Y todo lo hago pensando en mí y en como lo recibiré yo. Mi único objetivo es agradarme, satisfacerme, hacerme progresar física y mentalmente. Al menos poner todo mi empeño en ello. Pero a veces, ese desprecio mío me duele. Me hiere.
Tal vez en muchas ocasiones me equivoque y no sea eso lo que necesito, tal vez en otras ocasiones me falte brío y no actúe como debiera, pero es entonces cuando debería actuar y decirme, no, oye, no sigas por ahí porque no es eso lo que quiero, o, sí oye, hay que moverse, hay que hacerlo de esta manera. Pero no, me dejo actuar y después, a toro pasado, ya comido el cochino, empiezo a lamentarme de lo mal que lo he hecho, de que tenía que haber obrado de otra manera, que si lo mejor hubiera sido, que si no he obrado bien, que si me he precipitado o no he sido suficiente.
No es justo. No es justo que me venga con todo eso cuando la decisión era de los dos. No es justo que me castigue cuando fallo y no me premie cuando tengo éxito; porque en muchas ocasiones lo hago bien. Y no es justo que no me agradezca o me felicite cuando me proporciono un momento sublime o simplemente feliz. Un qué bien lo he hecho, un hoy lo hemos conseguido, aunque me atribuya el mérito, yo lo comparto conmigo y eso me hace feliz. Pero algo, un golpecito en la espalda. Algo.
No; no me merezco. A veces, de verdad, pienso que no me merezco.
Pero me quiero. Y ya estoy muy acostumbrado a mí. No voy a dejarme, mi mucho menos, pero me pediría un poquito de comprensión, un poquito de sensibilidad conmigo. Que sumemos, coño, y no andemos restando o dividiendo, que con lo poco que hay apenas tocamos a nada.
Ea, ya está dicho. Tenía ganas de echarme este discurso. Sin acritud. Pero con la esperanza de que algo me llegue. Que son muchos años juntos. Un poquito de por favor.
Tal vez en muchas ocasiones me equivoque y no sea eso lo que necesito, tal vez en otras ocasiones me falte brío y no actúe como debiera, pero es entonces cuando debería actuar y decirme, no, oye, no sigas por ahí porque no es eso lo que quiero, o, sí oye, hay que moverse, hay que hacerlo de esta manera. Pero no, me dejo actuar y después, a toro pasado, ya comido el cochino, empiezo a lamentarme de lo mal que lo he hecho, de que tenía que haber obrado de otra manera, que si lo mejor hubiera sido, que si no he obrado bien, que si me he precipitado o no he sido suficiente.
No es justo. No es justo que me venga con todo eso cuando la decisión era de los dos. No es justo que me castigue cuando fallo y no me premie cuando tengo éxito; porque en muchas ocasiones lo hago bien. Y no es justo que no me agradezca o me felicite cuando me proporciono un momento sublime o simplemente feliz. Un qué bien lo he hecho, un hoy lo hemos conseguido, aunque me atribuya el mérito, yo lo comparto conmigo y eso me hace feliz. Pero algo, un golpecito en la espalda. Algo.
No; no me merezco. A veces, de verdad, pienso que no me merezco.
Pero me quiero. Y ya estoy muy acostumbrado a mí. No voy a dejarme, mi mucho menos, pero me pediría un poquito de comprensión, un poquito de sensibilidad conmigo. Que sumemos, coño, y no andemos restando o dividiendo, que con lo poco que hay apenas tocamos a nada.
Ea, ya está dicho. Tenía ganas de echarme este discurso. Sin acritud. Pero con la esperanza de que algo me llegue. Que son muchos años juntos. Un poquito de por favor.
No quiero ponerme de parte de ninguno, que luego se arreglan entre ellos y el que queda mal soy yo, así que mejor no digo nada.
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